Vale, no puedo engañar a nadie. La imagen que viene acompañada en este miniartículo me delata. Si alguna vez hubo días de tupé, ya pasaron... Se perdieron en el tiempo, como lágrimas en la lluvia... Pero a falta de pelazo, me otorgo el lujo de 'jugar' con el bello facial. Que si bigote (estamos en el mes de #movember), que si barba en plan hondero balear, que si perilla estilo Mundial del 94... y, por supuesto, patillas, sean bicentenarias (nombre histórico ideado por el gran Sergio Jerez), estilo 'Figo', Jaime Escribano o esas a las que recurro cada vez que puedo: las rockabilly. Y es que, aunque el estilo me pilló siendo poco más que una idea en la mente de mis padres, he de reconocer que cada vez que oigo un riff saliendo de una Gretsch o el sonido de un contrabajo se me mueve el esqueleto. Hay personas que son adelantadas a su tiempo... Yo creo que soy un poco 'rarito', como decía mi compañero Rubén Serrano hace apenas unos días por estas mismas líneas. Y, claro, por esos gustos musicales, el otro día me volví a encontrar con mi, ya amigo, Pike Cavalero en mi ciudad. Dentro del JazzCartagena, en la plaza del Icue y de gratis, para más señas. Un buen concierto, con ritmos más que pegadizos y lo que ando buscando desde hace tiempo, buen rockabilly en castellano, que estamos algo faltos. Tras el directo, obviamente, la adquisición del último trabajo del cartagenero fue una obviedad.

-¿Cuánto es? -Dame 10.

Y, oye, tan amigos los tres.