No han sido demasiado gratos los primeros días de noviembre, con el triunfo de uno de los magnates más poderosos de Estados Unidos en las elecciones a la presidencia del país y de parlamentarios para su Congreso y Senado. Seguro que ha sido alarmante, excepcionalmente alarmante, desde que el último Bush presidencial llegó a tan alto cargo constitucional. Pero ahora, si el programa electoral de Trump, compuesto por las perlas que nos ha ido ofreciendo fraccionalmente durante la campaña electoral, se cumpliera, sería un caos internacional y una regreso a aquellos terribles años de los Ford, Nixon o los Bush, es decir, al desasosiego desarrollado por el país más potente del mundo. Y pensar que Obama ya le ha dado al magnate la numeración de los códigos nucleares?

Asusta un poco. Terrible sería que se relanzara un nuevo movimiento contra los hispanos de México con ese muro que se piensa hacer; tal vez por ello, porque tenemos lo que nos merecemos, hay ya tres días de manifestaciones contra esa xenofobia despertada por Trump. De otra parte, la regresión en cuestiones medioambientales, fundamentalmente por el calientamiento, sería también tremendo. Pero si hay algo que afecta ya mismo a un país, Cuba, es la marcha atrás de los acuerdos con EE UU. Todo quedará en nada, ya ha dejado caer Trump, como en nada quedaría el aumento en la era Obama de treinta millones de norteamericanos que se están aprovechando ya de la sanidad pública, y eso gracias a las mejoras logradas. Todo terminará si ese programa de locura desmenuzado por el nuevo inquilino de la Casa Blanca, que vive aún en las ultimas tres plantas de su torre, entre el lujo y un esperpéntico modelo de vida, se pusiese en marcha: políticas sociales y política internacional, sobre todo.

En este comienzo de mes tendremos que lamentar que se haya quebrado definitivamente la voz del músico poeta Leonard Cohen. Compositor excepcional, y muy lorquiano, por cierto, sus poemas han llenado estos días páginas de la cultura en los medios de comunicación. Lo último que ha escrito Cohen ha sido para su musa, una mujer a la que evocó en su fallecimiento: «Bien, Marianne, hemos llegado a este tiempo en que somos tan viejos que nuestros cuerpos se caen a pedazos; pienso que te seguiré muy pronto. Que sepas que estoy tan cerca de ti que, si extiendes tu mano, creo que podrás tocar la mía».

Al mismo tiempo ha sido este mes el que también nos trajo una buena noticia: «José Manuel Caballero Bonald cumple 90 años». El escritor, tanto poeta como novelista, es una de las voces más personales de los intelectuales conocidos como la generación de los 50, o el grupo de los 50. Cuando lo conocí, en los comienzos de los años 80, fue en Lorca, iba de viaje hasta Ánguilas donde le esperaba su amigo Paco Rabal. Charlamos durante varias horas, y quedamos para vernos en Murcia, donde daría una conferencia. Tal vez era el año 1982. Después volvimos a vernos varias veces, tanto en Madrid, en el Oliver siempre, como en Murcia. Y la última vez, con Rabal y otros amigos, en Alcázar de San Juan, en un homenaje que le tributaban al actor. Lo pasamos bien y ahora me alegro de saber que ha cumplido 90 años. Su voz tan personal ha llegado a decir: «Entra la noche como un grito / por el silencio de los muros, / propaga espantos y vigilias, / late en lo hondo de las piedras, / abre los últimos boquetes / entre los cuerpos que se aman, / y en el papel emborronado / entra también la noche».

Entre el seseo que mantiene toda su vida y su paso por Madrid durante tantos años, la otra voz, la voz oral de Caballero Bonald es inconfundible. Y tiene, además, la lucidez del poeta que fluye en sus conferencias como el agua cristalina que rondara una fuente. «Vivo allí donde estuve», dijo. Y es verdad. Ha crecido así también, en sus viajes y en sus trabajos. Su carácter insumiso y fértil, donde germina una palabra clara, contiene sesenta años de creación y noventa de vida. Felicidades, mi buen amigo Pepe . Y es que él, indignado que es (Manual de infractores), conserva la memoria de lo sucedido, porque sabe que «somos el tiempo que nos queda». Como sabe también del lugar donde estamos, y aunque («ya no me queda sitio sino tiempo») el tiempo ha dejado muchas cosas por el camino; sin embargo, su formulación del lenguaje será lo que quede verdaderamente importante de su trabajo.

El tiempo pone a cada uno en su sitio. Y Pepe Caballero Bonald ya está en su sitio. Lo estuvo cuando empezaba a escribir y salió de su cocina literaria aquella novela, Ágata, ojo de gato. Cádiz, Sanlúcar, Jerez, la poesía, la novela, el cante jondo y sus márgenes sobre un camino lleno de luz y vida, memoria y lenguaje, todo mezclado son Caballero Bonald, que acaba de cumplir 90 años. No todo se quiebra con las malas noticias, sobre todo si un poeta ha escrito un verso. Elijo estos tan personales, de sí mismo, de su tierra y de su mar: «Vivo allí donde estuve, / junto al mar delirante, libre / velocidad inmóvil orillada / de fuego, bosque espectral / de la alegría».