En algunos momentos de la Historia hay pueblos que miran al pasado para intentar reconocerse en el presente ante los cambios vertiginosos a los que nos enfrentamos. Este puede ser el caso de los estadounidenses que, con su apoyo mayoritario a Donald Trum para acceder a la Casa Blanca del sistema, han podido pretender, entre otras cosas, recuperar el poderío asimilable al imperio de los últimos años del siglo XX. Poderío económico, militar y de dominación, un nacionalismo a ultranza que han considerado que con Obama se ha ido perdiendo. En este escenario, la globalización, con la apertura de mercados y el libre comercio, supone para ellos un peligro que pretenden frenar con el mayor proteccionismo que preconiza el ya presidente electo. Se trata de un nacionalismo extremo con muchas similitudes a lo que ocurrió en el Reino Unido con el Brexit. Esa idea del imperio perdido ha tenido su mayor expresión entre los ciudadanos de mayor edad y de zonas rurales, también con menores estudios, como ocurrió con los segmentos de población que propiciaron el voto mayoritario a favor de la salida del Reino Unido en el referéndum. Un viejo nacionalismo vuelve a soplar con la mirada puesta en el francés Frente Nacional de Marine Le Pen o en Alternativa para Alemania de la extrema derecha del país de Angela Merkel.