Resulta cuando menos curioso que de los trece ministros del nuevo Gobierno de Rajoy sólo cinco sean mujeres y hasta cinco lleven la preposición 'de' delante de algún apellido. Es algo que, ni en un caso ni en otro, se sostiene estadísticamente. Ni el 51% de la población femenina debería estar tan pobremente representado ni los patronímicos con preposición antepuesta tan sobrevalorados. Bromas aparte, (en el segundo caso, que no en el primero), cuesta entender que la paridad entre hombres y mujeres en los Gobiernos no sea a estas alturas una norma asumida. En cuanto a la proliferación de tanto de Guindo, de Cospedal, de la Serna, de Vigo, de Santamaría, sólo se me ocurre pensar, que a falta de otra cosa, lo que si tiene este Gobierno es ¿cómo decirlo? un cierto sabor de rancio abolengo. De antiguo régimen.

No me hubiera permitido esta gracieta sobre el nuevo Gobierno a cuenta de los apellidos de un 38% de sus ministros si no es porque Fernando Savater (o Zapatero, que es lo que significa Sabater en castellano), insigne profesor de ética y filosofía, abriera la veda el pasado sábado en un periódico de tirada nacional a cuenta del apellido Rufián.

Sinceramente, no pienso que sea de buen gusto utilizar en la contienda política el significado de los apellidos como arma arrojadiza. Los nombres, como los padres, no se eligen, sino que muchas veces son una desgracia y se tienen que soportar (lo que afortunadamente no es mi caso). Tampoco seré yo quien venga ahora a defender a Rufián, cuya verborrea independentista me sobrepasa. Pero sí diré que me pareció de cierta bajeza intelectual o de un simplismo impropio de Savater trasladar el significado del nombre común al propio. O lo que es lo mismo, terminar llamando, mediante un farragoso rodeo discursivo, rufián a Rufián.

Pero dejemos de lado a uno y a otro, y echémonos a temblar ante la evidencia de que ya tenemos Gobierno de verdad, con abolengo o sin él. Al más puro estilo Rajoy. Un Gobierno que como el anterior, del que conserva la mitad de ministros, pronto empezará a recortar con toda impunidad y a seguir despojando de derechos, los pocos que van quedando, a quien todavía tiene la suerte de vivir de su trabajo. Un Gobierno, con Ciudadanos o sin él, cuya política económica al servicio de los que más tienen seguirá sumiendo al resto en la precariedad y agrandando la obscena brecha de la desigualdad.

Nada que no conozcan en Estados Unidos, esa democracia enferma y desquiciada, donde en el momento que esto escribo no se sabe todavía cómo va a terminar el Clintrump. Digo bien enferma, porque no puede estar sana una sociedad donde cada vez más pobres votan a la extrema derecha y las clases medias desestructuradas se echan en brazos de millonarios charlatanes y xenófobos.

Es también Trump, siguiendo la estela de Savater, un apellido que se presta a la mofa. Tanto o más que Rufián. En español, además, comparte sonidos con tramposo. Pero lo que más asusta es el personaje. Un loco mesiánico cuyos electores, desesperados, parecen estar dispuestos a meterle fuego al mundo para reconstruirlo a su manera. Y de qué manera. Frente al apocalipsis es lógico que prefiramos a la fría, calculadora, macbethiana, malquerida Clinton. De la cual, por cierto, el cineasta Oliver Stone desconfía casi tanto como del primero. Para el autor de Snowden, la que está llamada a ser la primera presidenta de los Estados Unidos es, dice textualmente, «la reina del caos». Estuvo a favor de la guerra de Irak y contribuyó desde la secretaría de Estado a la destrucción del Estado libio y a la desestabilización general con el problema de los refugiados. Stone votará a la candidata del partido verde. Cuestión de mostrar su desacuerdo con las élites en el poder y el Clintrump.

En cualquier caso, y sea como sea, cuando estén leyendo este artículo, ya se sabrá a quién tiene que ir Rajoy a rendir pleitesía. Si a Donaldo o Hilaria, como la llama la Villalobos. Si a de Trump o a de Clinton.