Ya tenemos Gobierno, un Gobierno que ha nacido viejo, que no necesita de los cien días de puesta en marcha porque lleva rodando demasiado tiempo. Lo conocemos tanto que es como si llevara toda la vida. De hecho, lleva toda la vida. Han cambiado algunos rostros, pero se trata de una puesta en escena que resulta insignificante, dado lo mucho que se parecen entre ellos. A mí, confieso que no me interesan ni las caras ni los nombres de sus componentes, porque habría dado lo mismo que fueran otros: el resultado será el mismo.

El nuestro, como todos aquellos con los que compartimos sistema, es un país muerto, enfangado en un propósito orientado a conseguir el máximo beneficio para los económicamente fuertes, es decir, de aquellos que han conseguido imponerse en la carrera por la supervivencia, en ese aliento que un renacentista expresó con la frase «Dejadlos que corran». Ese era el espíritu original de un capitalismo que, si antaño representó una esperanza de salvación, hoy, postulado como neoliberalismo, es decir, como capitalismo salvaje y desregulado, solo genera miseria.

Capitalismo desregulado y salvaje del que no se vislumbra posibilidad de salida. A los griegos, nuestros contemporáneos, los dejaron hacer el ridículo durante un tiempo, seguramente con intención ejemplarizante, permitiendo la escenificación de sus ilusiones de ser un pueblo libre y capaz de dirigir su propio destino. A nosotros nos han ahorrado ese ridículo ahogándonos las ilusiones antes del intento de materializarlas. No ha sido un detalle que tengamos que agradecer, es que han mejorado en sus estrategias.

Tenemos por delante cuatro años más de lo mismo, más recortes, más precariedad, menos decencia. Pero los artífices de este engendro están eufóricos. Claro que hay grados en la euforia, Ciudadanos está en el grado máximo, repitiendo hasta la saciedad que sin ellos este Gobierno de cambio y de progreso no habría sido posible. No es un chiste, es que si ellos no lo dicen no lo diría nadie. En el PSOE, la euforia es menor. Están contentos, sin duda, porque han hecho lo que tenían que hacer, incluso a costa de su autodestrucción. Pero eso no les importa, saben que el PSOE es, como la Santa Madre Iglesia, eterno e indestructible y es ahora, con un Gobierno que ellos han puesto en marcha, cuando veremos el éxito de ese empeño en reconstruirse y emerger de sus cenizas.

El PSOE se ha marcado como tarea recuperar su identidad. No es poca cosa eso de recuperar la identidad, de hecho, Hamlet, una obra tan intemporal y trascendente como el propio PSOE, versa sobre el tema. Ser o no ser, esa es la cuestión.

Lo más fácil es construir la propia identidad frente al otro, a la contra. No obstante, no ser lo que el otro es confiere una identidad necesariamente conflictiva. Por una parte, al ser un reflejo en negativo, depende de la estabilidad del otro, de que siga siendo lo que era. En ese sentido los del PSOE actual pueden respirar tranquilos porque el PP seguirá siendo quien es. Pero existe otro riesgo mayor y es que, en la acomodación, se acabe imitando al otro. Eso le ha pasado al PSOE, que se ha convertido en una burda imitación del PP.

Se entiende que anden perdidos y que quieran recuperar una identidad que tienen que buscar en los arcanos del tiempo, allá donde residen los mitos, un terreno que no ofrece la posibilidad de detenerse a pensar cuándo, por qué y cómo se perdió. No es tarea fácil la del PSOE. Por ese motivo, unos, los creyentes de buena fe, quieren buscarse, pero no saben dónde, miran a su izquierda y miran a su derecha y, como el asno de Buridán, corren el riesgo de morir de inanición. Otros, como Antonio Hernando, han perdido la identidad, al mismo tiempo que la vergüenza, de manera definitiva y nunca la recuperarán. Por último, están los que, como Susana Díaz y su tribu andaluza, llevan la identidad como un chute en vena que se metieron el siglo pasado o como una coraza que, de tan vieja, se les ha pegado a la piel. Para estos, la identidad consiste en gritar en sus arengas y en sus defenestraciones «¡Nosotros no somos ellos!», «Ellos» son, por supuesto, los de Podemos. ¿Qué sería del PSOE de Susana Díaz sin Podemos? Esa negación es la única conexión que los mantiene ligados al mundo actual.