a vuelta a los escenarios de los 'triunfitos' después de quince años me ha hecho pensar no sé muy bien por qué en las limitaciones. He de reconocer que sólo he visto de pasada los documentales en los que los chicos de la academia más famosa de la televisión cuentan qué ha sido de sus vidas personales y profesionales desde que terminó el concurso.

El poco tiempo que estuve frente al televisor me bastó para comprobar lo que ya intuía sobre los derroteros que habían tomado sus vidas y de paso me dio el tema para esta columna. En algunos de los testimonios observé ciertos matices de resentimiento con el programa e irresponsabilidad al culpar a la industria musical de sus fracasos profesionales.

Las caras menos conocidas del programa, aquellos que no han conseguido hacerse un hueco en el mundo de la música y ganarse el pan gracias a su voz, culpaban a otros, a las circunstancias, a los empresarios y a la industria en general de no haber alcanzado el éxito que merecían y esperaban. Pensé escuchando sus declaraciones que a pesar del tiempo transcurrido, la experiencia y la madurez no habían aprendido nada.

Todo el mundo tiene limitaciones y en el caso de los concursantes no todos tenían el mismo talento, timbre de voz o carisma para convertirse en estrellas musicales. Muchos de ellos tenían y tienen serios impedimentos que reducían sus posibilidades para vivir única y exclusivamente de la música, y me sorprendió que a toro pasado con la amplitud de miras que proporciona la distancia y el tiempo no hayan sabido entender y comprender, asumiendo sus errores y carencias, que vivir de lo que a uno le gusta y se le da bien es una gracia de la suelen gozar sólo unos pocos privilegiados.

Durante la carrera de Publicidad los profesores nos insistieron hasta la saciedad que una de las cosas más importantes que teníamos que aprender desde el primer momento era a ser conscientes de nuestras limitaciones y saber hasta dónde podíamos llegar. No se trataba de algo negativo, de una cortapisa o una barrera, sino todo lo contrario. Se trataba de aprender a conocernos bien; potenciar nuestras fortalezas y minimizar o camuflar al máximo nuestras debilidades.

Siempre les estaré agradecida. Aquello me sirvió de mucho no solo para conocer mis virtudes académicas y profesionales también me ayudó a enfrentarme con objetividad a los futuros fracasos y a no sentirme frustrada cuando después de haberme esforzado y dar lo mejor de mí en un trabajo había otras ideas y proposiciones que resultaban más acertadas y por ende mejores que las mías.

En ningún momento a lo largo de los años, después de terminar la universidad, me he sentido mal por este hecho porque no lo he relacionado con un sentimiento de inferioridad sino de aptitudes y capacidad. No todos valemos para lo mismo y sé que existen ciertas actividades para las que otros estarán mejor capacitados que yo y viceversa.

Saber analizarse y criticarse, dejando a un lado las excusas pueriles como culpar a los demás de nuestras acciones, es casi más importante que poseer un gran número de habilidades. La sinceridad demoledora con uno mismo, observarse sin piedad, procura a la larga más beneficios y satisfacciones en el ámbito profesional y personal que parapetarse tras actitudes negativas e infantiles como el victimismo y la autocompasión que únicamente conducen a callejones sin salida plagados de ignorancia y rechazo.

El sabio no se sienta para lamentarse, sino que se pone alegremente a su tarea para reparar el daño. William Shakespeare.