La Región de Murcia nació con una tara que no ha sabido superar: la de una denominación que no nos representa a todos, y que deja, por tanto, sin resolver la rivalidad Cartagena-Murcia, a la que los que somos ni cartageneros ni murcianos (Caravaca, Lorca, Yecla€) solemos asistir divertidos hasta que tan hispánico conflicto, tan antiguo, en el fondo tan pueblerino por ambas partes, se convierte, de temps en temps, en un problema para todos.

Al fin, éste es, en versión regional, el mismo conflicto que está a punto de cargarse España. Detrás del catalanismo no hay otra cosa que la misma frustración cartagenera de un pueblo que se ha sentido maltratado por la Historia, y de unos dirigentes que han visto en la explotación de esa melancolía la causa perfecta desde la que construir su hegemonía y perpetuarse en el poder. Y exactamente con la misma torpeza que en España, los poderes regionales no han hecho otra cosa que concederle a Cartagena reconocimientos e inversiones sin entender que un problema sentimental no puede resolverse más que de dos maneras: cambiándole el nombre a la Región, a lo que se opone furibundamente el murcianismo más fundamentalista, y que después de 35 años acaso ya no tenga sentido; o convenciendo a los ciudadanos de que los sentimientos son un parámetro distinto del de la política y la ley, y que no hay ningún sentimiento ni ninguna historia que justifique una desigualdad ni un privilegio. Y que en la Región no existen sólo Cartagena y Murcia, como en España no existen sólo Cataluña, Vascongadas y una masa informe sin pasado ni derechos que, al parecer, somos todos los demás.

Por su parte, el cartagenerismo también pretende hacernos creer que ese problema sentimental tiene una solución administrativa, y que una vez que tengan su provincia se declararán ´regiomurcianos´ convencidos. Pero sabemos que no es así, y que la provincia persigue dos cosas: librarse de la denominación de murcianos, apoyándose en que ya serán de la provincia de Cartagena y tendrán abierto el camino para constituir una comunidad autónoma propia; y administrar sus recursos de provincia rica sin tener que repartirlos con los de Moratalla o Ricote.

Todos hacen trampas. El cartagenerismo con el 2es+, tan falso como las ofertas federales de quienes sólo quieren naciones independiente de hecho; y el ´murcianismo´ de los partidos políticos ofreciendo golosinas para calmar lo que ahora no es más que el movimiento de un funambulista histérico, pero que en el futuro podría, en verdad, arrastrar a su ciudad, si el mensaje de la discriminación va calando, a un problema verdadero. Hay que confiar en que un pueblo milenario y sabio no escuche las arias rubias del tenor hueco, adobado por la irresponsabilidad socialista, que hoy los dirige.

La solución, al menos para mí, que tengo tanto sentimiento localista y tanto amor a mi ciudad (la patria es la infancia) como el que más en Cartagena o Murcia, está en que se supere este estadio neomedieval y cateto, prerromano, y accedamos a la idea de ciudadanía como el único ideal respetable por el que deben regirse las naciones, que hoy son construcciones políticas y legales, y ya no (nunca más después del nazicomunismo, de la ETA y de Rufián„ agrupaciones sentimentales. La identidad, señores, no pertenece al espacio público: ni el burka, ni la barretina, ni el zaragüel ni josélópez.

Me parecen igualmente detestables tanto la obsesión cartagenerista por la singularidad como el desprecio de algunos murcianos a cualquiera que no se declare devoto del Puente Viejo y de las carretas huertanas. Dejen los murcianos de pretender que todos los que no hemos nacido en las orillas del Segura tengamos que reconocernos bajo esa denominación y llamarle pava a lo que siempre llamamos coliflor. Miren más allá de Javalí. Sepan que hay otras tierras en esta Región que nunca usaron trajes huertanos, sino castellanos, que jamás supieron qué era una tahúlla, porque contaban en fanegas, y que nunca recibieron ni recibirán agua de ningún trasvase. Y dejen los cartageneristas de aprovechar toda la torpeza y la ignorancia capitalinas, para montarse un feudo caciquil bien nutrido y bien apesebrado.

Tengamos las Fiestas en paz. No hay región tan pequeña y con más fiestas magníficas. Que esa sea nuestra única identidad y hasta nuestro nombre: Región de las Fiestas. Ese es el lugar y el tiempo de los sentimientos. Y el resto del año, ciudadanía, igualdad: que en Castilla, que es lo que somos, «nadie es más que nadie».