La figura del payaso me produce una sensación agridulce. Es lo que siempre me ha suscitado. Sé que existen y existieron grandes, eminentes y sublimes payasos, como Charly Rivel, y otros, pero yo solo los conocí a través del couché. Yo solo conocí a aquellos pobres que iban a los pueblos de posguerra en circos astrosos, famélicos, con el hambre de la necesidad y la censura pegados a su carpas remendadas. El de la cara pintada de blanco, el listo, que decía al tonto, al zapatones «A ver, toca el saxofón». «¿El salchichón?», contestaba el otro infeliz? «A ver, ¿qué es la filosofía?», preguntaba el del cachirulo. «Pues la Filomena y la Sofía», contestaba el singraciado del otro. Y lo cierto es que daban más lástima que risa. Al menos para mí era como la sensibilidad del que buscaba lo que le faltaba entre los que no teníamos nada. Algunos pocos de mi edad quizá entienden lo que quiero decir? Aquellos payasos hacían llorar entre risas, y hacían reír entre las lágrimas.

Hoy existen muchos, muchísimos, tipos y modelos de payasos. Casi una infinidad de clases. Desde el prêt a porter, que redondea su economía vistiendo el uniforme y alquilándose en las fiestas de niños cumpleañeros, a mayor gloria de padres con poderío, y a mayor imitación del modelo de vida americano, con sus cuatro gestos y habilidades aprendidos a golpe de manual googlero, hasta los que visitan campamentos de refugiados y hospitales infantiles buscando arrancar a mordiscos la tristeza de los niños pintándoles una sonrisa en su cara, y que me producen una inabarcable ternura que no soy capaz de asumir de intensa que es. Y el mismo poso agridulce de risa y desgracia que con aquellos primitivos payasos se mete en las arrugas de mi alma. No lo puedo evitar. Me hacen llorar de pena y sonreír de tristeza? ¿o es alivio al comprobar que aún existen seres humanos? No lo sé.

Ahora salta y nos invade una nueva modalidad e payaso, procedente, naturalmente, de EE UU, nuestro inefable e inevitable alter ego comunal. El payaso del terror. Se visten de payaso y se pintan horrorosas carátulas a modo de muñeco diabólico factoría Hollywood, se apostan en esquinas solitarias, calles y carreteras desamparadas, y te saltan y asaltan metiéndote el miedo en el cuerpo, o para otras delincuencias, ya puestos, más rentables o inconfesables. Es Hacker, el personaje opuesto al héroe Batman, el enemigo, el antipayaso? Y si me permiten un paralelismo, curiosamente aparecido, tanto en la geografía como en su tiempo, ahí tenemos a Donald Trump, por ejemplo? Un escalofriante payaso americano, con su antinatural melena teñida de rubio psicosis, con sus soeces ademanes y su terrorífico discurso entre amenazador y apocalíptico. La aparición del payaso malvado en el mundo urbano americano es simultánea a la aparición del malvado payaso Trump en el mundo político americano. Es como una simbiosis. Como una erupción social y política inevitable. Como el síntoma de una enfermedad maligna a la que hay que combatir y conjurar? Y si no es eso, desde luego es algo que se le parece mucho.

Porque esa erupción es una irrupción. Esa clase de políticos, payasos terribles y horribles, están apareciendo también en Europa? Gran Bretaña, Holanda, Hungría, Turquía, Polonia, Albania? incluso España, son países donde están naciendo y proliferando esos horrendos clowns que hacen con su exacerbado populismo que surja una patética mueca de maléfica sonrisa. Es una sonrisa de temor, no de alegría, salvo para sus siniestros acólitos, claro? Son políticos-payasos vociferantes, amenazantes y excluyentes. Tremendamente excluyentes. Esos políticos disfrazados de payasos escatológicos que nos acechan en la oscuridad de las calles, están usando la democracia para cargarse la propia democracia. Son payasos vestidos de listos y tontos, de izquierdas y derechas, políticos travestidos y payasunos que irrumpen bajo la carpa para hacer reír y llorar, pero lo único que buscan es apoderarse del circo, hacerse los dueños de todo el tinglado. Y, una vez suyo el circo?

Enfín, lo que decía al principio. Que, al final, y a pesar de mi mezcla de sentimientos por aquellos alegres payasos tristes, por aquellas hondas melancolías apenas coloreadas de tibias alegrías, voy a terminar por añorarlos, no te jode? Que los voy a extrañar, dada la infame fauna que nos asoma en estos tiempos no menos extraños. Tiempos, no sé si últimos tiempos, en que demonios y gilipollas andan sueltos.

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