Desde octubre del año pasado llevamos separados Marina y yo. Se ha ido al pueblo a casa de sus padres y ha empezado a impartir unas extraescolares en la pequeña escuela de allí. No sé lo que aguantará porque no se lleva muy allá con mis suegros. Así que eso ha alimentado mi esperanza todo este tiempo. Que se sentía vacía y sola, que yo vivía prácticamente en la oficina, que no quería alargar esto por rutina y que estaba a punto de proponerme que fuésemos padres para avanzar, pero que, a veces, adelantas más dando un paso atrás que cincuenta zancadas hacia adelante. Así que se iba, que no tratase de buscarla y que siguiera haciendo mi vida, como hasta ahora. Ese ´como hasta ahora´ lo remarcó mucho y creo que aún conservo la cara de tonto que se me quedó.

Es cierto, soy un tío serio. Paso el día en la oficina y el espejo me confirma que, efectivamente, tengo cara de tonto.

Mis amigos apoyan la idea.

„Ernesto, eres idiota, te has quedado libre, no tienes hijos, no tienes mascotas ni plantas, deberías pasarte el fin de semana follando y no jugando al apalabrados o lo que sea que hagas cuando no estás en la oficina.

Esto despierta la mofa general, les ha dado por organizar cenas en mi casa y todos se parten con este tipo de comentarios menos yo, que ya os digo que soy muy serio.

No sé la de mujeres que han tratado de presentarme como antídoto a mi recuperada soltería. Tantas como he rechazado, seguramente. Tampoco he querido cambiar de look ni de coche ni me he hecho ningún tatuaje ni he creado ningún perfil en esas páginas de contactos que anuncian en la tele ni me he apuntado al gimnasio ni he leído ninguno de los libros de autoayuda que me han ido regalando, como el que no quiere la cosa. Aquí lo único que ha cambiado es que ella no está.

Bueno, esto no es del todo cierto. Hay una mujer que me inquieta. No sé muy bien qué sentir al respecto. Se trata de la chica que lleva el servicio de mensajería, pasa por la oficina cada semana desde hace unos meses. A veces me la he cruzado con la furgoneta de su empresa a mi regreso del almuerzo. No sé cómo se las arregla para ir comiendo, darle sorbos a un refresco e incluso, diría yo, usando el móvil mientras conduce. Aparca donde buenamente puede, enchufa los cuatro intermitentes y se pinta los labios confiando en el espejo retrovisor. Sube a la oficina por las escaleras, de dos en dos. Lleva unos vaqueros de esos que parece que se haya caído por un terraplén y una especie de sudadera ancha con el logo de la empresa que no logra ocultar sus abundantes pechos en irreverente contraste con su delgadez. No sabría decir qué edad tiene. Luce extraña y joven.

«Como una cabra», pensé la primera vez que me habló. Yo estaba con la nariz pegada a un informe que se resistía. No la vi ni la oí llegar. La miré cuando habló y me sorprendieron esos ojos pequeños, me sorprendió que guardasen tanta fuerza en tan poco espacio, eran como una metáfora de ella misma:

„Juan no está, ¿puedes firmar aquí? Donde pone ´Firma´.

Obedecí y seguramente me quedé mirando el logo de la sudadera o vete tú a saber porque me volvió a sacar de mis pensamientos afirmando resuelta:

„Son de verdad. Hasta la próxima.

Juan, el compañero que habitualmente recibe los pedidos está de baja y me ha tocado a mí echar la firmita. Así que cada semana asisto a su inquietante visita. Siempre me dice algo fugaz y desconcertante. A mí esta cara de tonto se me queda ya para siempre, me temo.

„Tú antes llevabas alianza. Yo nunca saldría con un hombre soltero. Los casados son mucho menos problemáticos. Deberías volver con tu mujer y tomarte algo conmigo, algún día.

Qué puedo hacer ante algo así, cara de tonto por mil y firmar donde pone ´Firma´. Esa idea se instala en mi cabeza y a la que hace tres semanas me voy a la oficina con la alianza puesta y a esperar a la loca a ver qué dice y sin saber muy bien porqué hago lo que hago.

„Veo que habéis vuelto, me parece una idea genial. Enséñame una foto de tu esposa.

No he borrado ni una de sus fotos, cojo mi móvil y le muestro unas cuantas a la loca.

„¡Qué guapa es! Pero esa mujer no es feliz, tienes que hacerla feliz, cretino, y tomarte algo conmigo. La semana que viene llegaré antes y almorzaremos juntos. Firma aquí, donde pone ´Firma´.

Cara de tonto por trescientos mil y siete días sin dormir. A mí una tía tan rara no me conviene. Yo lo que necesito es que vuelva mi Marina del pueblo. Y con este pensamiento, borro las fotos del móvil de mi ex, a la que por vez primera, llamo mi ex, guardo los portafotos que hay repartidos por toda la casa en una caja de cartón, meto también las camisetas que Marina se dejó olvidadas y su taza preferida y me refugio en la cama, dispuesto a soñar con otra, por primera vez también.

Me dirigí a esa cita con más nervios que si me fueran a despedir o proclamar miss o lo que sea. Me esperaba apoyada en una farola frente a la cafetería y me recibió con sus siempre desconcertantes palabras, sus labios rojos y sus ojos chiquitos:

„Míralo, qué guapo va siempre con su trajecito, parece que va a hacer la comunión.

No se contentó con avergonzarme de esa manera y se acercó a mi oído:

„No creo que después de lo que va a pasar ahí dentro puedas regresar a esta cafetería. Vamos directos al baño que nos lavemos las manos, que hoy comes allí.

No entendí mucho y pasé detrás de ella estudiando ese cuerpo menudo. Me envolvía con sus movimientos, con sus ojos y sus palabras improvisadas y cargadas de munición. Se subió encima del váter y se encaramó a mi cintura sin dejar de besarme y removerme el pelo, las ideas, la cordura y dejando todo fuera de lugar, creando un microclima nuevo y perfecto. Volvió a poner los pies sobre el inodoro, se bajó aquellos vaqueros que parecían haber sobrevivido a miles de guerras y ordenó:

„Firma aquí.