Preparando hace unos días una intervención en la presentación de Contra, una antología poética que la Coordinadora Anti Represión de la Región de Murcia ha editado recogiendo voces críticas de más de un centenar de poetas de un lado y otro del Atlántico, me di cuenta al leer varios poemas sobre migraciones que todos tratan sobre aquellos que son a la vez invisibles y visibles. Al igual que el electrón es onda y partícula, ellos, los que vienen del Sur (ahora el viejo Oriente también es Sur) parecen ser indistintamente objeto y persona. O no tan indistintamente.

No se les ve cuando en sus países de origen se les despoja de su forma de vida, cuando barcos de empresas españolas y banderas de otras tierras roban su pescado y destrozan sus artes de pesca o cuando ejércitos financiados por EE UU bombardean sus aldeas para que empresas, por ejemplo canadienses (¿alguien habló del CETA?), extraigan el mineral bajo su suelo. Tampoco se les ve cuando, empujados por esta violencia, deciden emprender una larga marcha jugándose la vida camino de las costas del Norte de África o de Oriente Próximo. No existen para las instituciones europeas, no así para su Capital, en ese momento en el que son seres humanos que sufren. Sin embargo, cuando se hacinan en las fronteras se vuelven visibles, ahora como objetos, casi como catástrofes naturales, cuando los medios de comunicación dirigen hacia ellos cámaras como fusiles y hablan de ´avalanchas´, ´tsunamis´ e ´invasiones´; para volver a desaparecer, estos seres de naturaleza intermitente a los ojos del europeo medio, al surcar el mar en barcas de goma, al intentar saltar vallas dejando rastros de su cuerpo a su paso. Solo una vez, un niño flotando en el mar fue noticia.

Si es que consiguen poner un pie en el Viejo (casi senil) Continente, si es que sobreviven, si es que lo hacen y mantienen ese pie, brillan ante los ojos atemorizados del ciudadano de bien, como lo hace el pez venenoso a ojos de su víctima, pero con colores oscuros. Quienes les echaron de sus casas dicen que ponen en peligro nuestros empleos y nuestra cultura, ¿y quiénes somos nosotros para dudar de lo que dice la televisión? ¿Acaso nos ha mentido alguna vez?

Pero el brillo desaparecerá cuando, sin haber cometido ningún delito, sean encerrados en cárceles (llámalas CIE) en las que no existen los derechos humanos. Por supuesto, incomunicados, ¿o acaso se comunican las mesas y las farolas? Su naturaleza de objeto otra vez. Los medios, a pesar de los esfuerzos de las ONG, apenas dedicarán alguna línea a la falta de atención médica o a los malos tratos, para regalarles sin pudor sus portadas si deciden fugarse. Otra vez la amenaza, el terror y la catástrofe. Si por el contrario alguna vez logran salir, no serán noticia si son buenos vecinos y vecinas. ¿Cómo lo van a ser si no se les ve?

En el acto de la Coordinadora se planteaba qué puede hacer el mundo de la Cultura para frenar la represión. Puede que un paso sea iluminar esas partes de la historia que permanecen a oscuras. También, abrir espacios colaborativos en los que no se distinga quién ha llegado antes a Europa y quién después.

Esto último es lo que estamos haciendo en algunos barrios, como en El Carmen de Murcia con un festival como alSur como excusa. Un festival en el que el propio contenido lo han propuesto y desarrollado, mediante el uso de metodologías participativas, quienes habitan nuestras calles, vengan de donde vengan. En definitiva, quienes hacen Cultura, ya sea de base o no, puede denunciar lo inhumano del Capitalismo, porque la tragedia tiene nombre, Capitalismo, anunciando lo que de humano tiene la humanidad.