Las imágenes mostradas estos días por los medios de comunicación son absolutamente repugnantes y descorazonadoras: dos jóvenes pegándose a puñetazo limpio mientras una treintena de otros de su edad jalea la pelea sentada alrededor. Vuelvo a leer la noticia en los diarios y sigo sin poder entender y comprender tanta estupidez humana: «Menores de Lugo llevan cinco meses montando peleas callejeras entre ellos. Decenas de estudiantes reciben convocatorias por WhatsApp y después los vídeos».

Muchas veces, cuando un padre es llamado por un profesor para informarle de que su hijo dice palabrotas o pega a sus compañeros, el padre o la madre, con frecuencia, dice airadamente: «Pues eso lo habrá aprendido en la escuela». Estoy completamente seguro de que, en este caso de los adolescentes de Lugo (y otros que seguro que se nos escapan), nadie en su sano juicio podrá decir que lo han aprendido en la escuela. En la escuela jamás se enseña pelea callejera, ni se muestran vídeos en clase sobre peleas callejeras, ni las peleas callejeras forman parte de ninguna asignatura ni de currículo alguno.

El problema, como es evidente, es familiar y social, no escolar, a pesar de lo que algunos mal llamados expertos puedan decir de manera frívola e indocumentada en las tertulias de mercadillo televisivo.

La violencia entre los jóvenes aumenta año a año de manera preocupante en multitud de países europeos. Y la violencia hacia los padres, igual. Algo no funciona bien en la cabeza de estos jóvenes, y algo no funciona bien en la educación que los padres les dan a estos jóvenes, si es que les dan algún tipo de educación. Como padre, me sentiría absolutamente avergonzado si viese a mi hijo participando en una pelea callejera, ya sea directamente o como espectador, porque para ser espectador de una pelea y estar tranquilamente sentado viéndola hay que estar muy zumbado.

Muchos jóvenes de hoy en día no tienen padres que los eduquen, y ese lugar es ocupado por los vídeos de Youtube y las redes sociales. De ese modo, muchos de nuestros jóvenes están absolutamente asalvajados, no tiene valores ni principios ni honestidad ni normas, y las imágenes pornográficas y de violencia son tan habituales para ellos que lo consideran como algo normal en su modo de vivir. Ni siquiera se inmutan. En muchas ocasiones, como es el caso, incluso la violencia es tomada como un modo de entretenimiento.

Lo visto estos días con los jóvenes de Lugo es la punta del iceberg de una realidad que muchos profesionales llevamos denunciando desde hace años: la educación en casa no existe y eso interfiere negativamente en la educación y el comportamiento de los menores. Muchas escuelas e institutos tienen que soportar y sufrir a jóvenes violentos y agresivos en sus aulas, ya que, además, hoy en día expulsar a un alumno puede causarle al profesor un problema no solo con los padres sino también con la propia Administración. Debemos recuperar de inmediato la obligatoriedad en el cumplimiento de las normas y comenzar a exigirlo desde la casa. Si las bases en la educación de un menor no se forjan con dos o tres años, difícilmente se podrán corregir con un potencial criminal de quince.