La religión es la televisión, la televisión va a misa y son los presentadores de la tele obispos plenipotenciarios que ofician en un altar que, ¡ay! engorda más que la sotana y la casulla. La imagen en pantalla engorda un 5%; es un engorde virtual pero discrimina en realidad porque el sobrepeso está mal visto y por eso quien vive de mostrarse en el plasma debe pesar un 5% menos de lo saludable. No en vano, cuando nos encontramos a esa gente en carne y hueso, delgada de más, la identificamos como famosilla, está delgada para que las pantallas de la televisión le hagan justicia, está flaca porque lo exige el guión, el telediario y la audiencia, y, en el colmo de la perversión, la imitan sus admiradores comiendo poco, por si las candilejas. Lo extraño es que nadie haya inventado todavía esa lente convexa, un filtro greconiano que estilice.