Yo fui la última persona que la ´vio´ y también la primera. Ni siquiera pude decirle a la Policía qué ropa llevaba cuando desapareció porque ni la miré, apenas cruzamos dos palabras. Yo estaba enfadada porque se había puesto una camiseta mía la noche anterior para salir y alguien se la había quemado:

„Salgo a correr, fea „se despidió.

En aquel momento no supe el alcance de aquella despedida.

„Pues que te aproveche, porque lo que es el culo no hay quien te lo quite.

Y eso es lo último que escuchó mi hermana de mí.

Como dos gotas de agua decían que éramos. Gemelas idénticas. Que no podíamos ser más distintas, eso también lo decían. Ella se llevaba la mejor parte del reparto, qué duda cabe. Era todo un cerebrito y la mar de cariñosa y la reina del mambo. Acostumbraba a correr todas las noches cuando regresaba de la Facultad, no sé cómo hacía para vencer la pereza, la verdad. Yo, sin embargo, llegaba directa a malcenar frente al ordenador y a comer pipas o cualquier cosa que no debiera.

„A ver si aprendes de tu hermana „decía mi madre.

Esa noche no, esa noche mis padres habían salido a cenar, celebraban su aniversario. Jodido sentido del humor el de la vida. Hay que ver cómo puede cambiar el significado de una fecha de un día para otro.

Sólo os deseo que la vida no os ponga a prueba, ojalá que no tengáis que descubrir que no sois quienes creíais y que vuestros ideales no son tan fijos como pensábais.

En esta santa casa nos han criado en el amor y el respeto al prójimo, siempre hemos sido muy de «paz y amor y el Plus pal´ salón». Una familia acomodada, una familia que lo tiene todo, hasta valores. Una familia en la que, desde aquella noche, sólo se oyen sollozos ahogados y rezos. Yo no, yo no lloro, este dolor no me lo calman las lágrimas. Tampoco rezo, para mí Dios ha muerto con ella. Dios murió el mismo día que Paula, pero su cuerpo, el amado cuerpo de mi hermana no apareció al tercer día.

„Si no hay cuerpo, no hay crimen „nos dijo la Policía.

Por más que en el jardín de aquel cabrón apareciera la ropa de mi hermana enterrada. Resulta que aquel día, después de la bronca, se había vuelto a poner una camiseta mía, tenía coraje después de todo.

La Policía no sabe si está viva o muerta y el tío que me la ha arrebatado está libre por falta de pruebas. Para mí es más que evidente la suerte que ha corrido. La conexión, ese lazo inevitable entre nosotras, ahora tira desde otro lado.

A los diez días del fatídico, una idea fija se instaló en mi cabeza. Quiero acabar con él. Necesito acabar con él. No tendré paz mientras ese tío exista. Así que empecé a moverme por internet, tratando de averiguar cómo conseguir una arma, algún tipo de veneno, lo que sea. Comencé a seguirle, memoricé sus movimientos, sus horarios, sus hábitos. Empecé a entrenar, a ponerme fuerte, tracé infinitos planes. Cada noche me dormía acariciando la idea de destruirlo, era la única forma de conciliar el sueño.

Uno de los planes se impuso sobre los demás. Los viernes ese indeseable sale hasta las dos o las tres de la madrugada, siempre al mismo bar y regresa a pie, ha de cruzar tres manzanas hasta llegar a su casa. Pero una noche, esta noche no llegará. Mi coche, agazapado como un animal le esperará al amparo de la oscuridad y en la segunda calle, la menos transitada, lo embestirá. Sólo lo golpearé, quedará abatido en la carretera. Yo bajaré del vehículo, en mi mano derecha un guante sujetará el arma, no me temblará el pulso y lo mataré.

Son las dos de la madrugada, ese asesino sale ebrio del bar, se deduce por el zigzagueo de sus pasos. Doy la vuelta a la manzana con el coche de mi hermana y lo espero, temo que escuche el sonido del motor o de mi corazón. La sangre no deja de golpear mi cabeza. Él no escucha nada de esto, va mirando su móvil. El coche de mi hermana acelera y embiste. El animal queda inmóvil en el suelo. «Ojalá esté vivo», me digo. La rabia, la ira, el dolor de mis padres, los sueños interrumpidos de Paula y mi propio dolor bajamos del coche. Le doy una patada para que abra los ojos, quiero que me mire.

„Paula... „acierta a decir.

Le apunto a la entrepierna. Ya está, se va a hacer justicia. Pero no, Paula, desde donde quiera que esté, tira de ese hilo que nos une. El hilo está atado a mi muñeca derecha, la que empuña el arma, así que la retiro resignada. Jadeo, lloro, le vuelvo a dar una patada a ese cabrón y me alejo de nuevo con el coche, el coche de mi amada hermana.