Calles, avenidas, plazas, paseos, callejones conforman una ciudad. En tiempos gremiales, los oficios dieron nombre a las calles de nuestra urbe: Vidrieros, Escopeteros, Aguadores, Jaboneros, Traperos, Plateros, entre otros, sirvieron de denominación, reconocimiento y orientación para vecinos y foráneos. Nombres ilustres de las artes, las ciencias y heroicos de la nación y de la ciudad también dan nombre a nuestras calles. Sería bueno en el nomenclator un nombre inexistente: «Calle de la Ingratitud». Ya lo decía mi querido don Carlos Valcárcel Mavor cuando afirmaba que Murcia era ingrata con sus hijos más destacados y generosos. Le ocurrió a don José María Muñoz, cuya 'estauta' presidiera en otros tiempos la plaza de Camachos, el héroe de aquel infausto 15 de octubre 1879 cuando las aguas inundaron Murcia en la llamada riada de Santa Teresa, repartiendo a mansalva entre los damnificados por la hecatombe su inmensa fortuna. El monumento erigido a su memoria pasó de presidir la transitada plaza carmelitana a quedar relegado al final del paseo del Malecón.

En los inicios de los años 90 del pasado siglo, el ciclista Miguel Indurain, participó en la Vuelta a Murcia, ya en las postrimerías de su carrera deportiva, tras ganar cinco veces el Tour de Francia. Murcia le honró con una de sus más modernas avenidas, arteria principal de una ciudad que se extendía hacia el ansiado norte. Inauguró su avenida vestido de ciclista y acompañado de las primeras autoridades locales. Desde entonces hasta hoy, no lo hemos vuelto a ver por nuestra ciudad ni de ciclista ni de paisano. Haciendo realidad la leyenda de la Matrona que en precioso relieve decora los muros del Almudí; la que aparta de su pecho al hijo propio, para amamantar al extraño.

Don Juan López-Ferrer (1892-1969), nacido en el barrio de San Andrés, fue figura imprescindible en el desarrollo de la vida económica murciana del pasado siglo. Ajeno a ideologías políticas, hizo realidad la Universidad de Murcia al adquirir, para ella, el Claustro de La Merced. Contribuyó a la creación del Sanatorio de la Fuensanta; formó parte de la Comisión Gestora de la Diputación en julio de 1940 en una España en bancarrota tras la Guerra Civil, haciendo posible la adquisición, con dinero de su propio bolsillo, de los terrenos para la construcción del Hospital Provincial, inaugurado en 1953, hoy Hospital Reina Sofía. Sus empresas y negocios le llevaron a ocupar distintos altos cargos en la Cámara de Comercio y en el Círculo Mercantil. Fue fundador de la Sociedad de Cazadores, gran benefactor del Club Taurino, fue copropietario de la plaza de toros de Murcia hasta 1940. Fue uno de los impulsores decisivos de la primera Feria de Muestras en el año 1952, germen de la futura FICA en una Murcia que mudaba su piel. Todo un prohombre unido a la agricultura, a la industria y a las empresas afines a la construcción; legando, por último, su propia casa en la plaza de Agustinas al ayuntamiento de Murcia y que hoy alberga el Museo de la Ciudad. Hombre emprendedor y generoso, apasionado de su tierra, que supo compartir talento y fortuna mejorando la vida de todos los murcianos. No, don Juan López-Ferrer, nunca se vistió de ciclista, ni ganó ningún Tour de Francia, quizás por ello no tenga ninguna calle, ni plaza, ni avenida en la ciudad que amó y lo vio nacer.