Las muertes que están produciéndose en las carreteras sin que apenas se les preste atención han abierto un boquete en la vida real que ya es imposible ignorar. Quince años después del accidente de Lorca en el que fallecieron 12 inmigrantes, decenas de miles de personas continúan moviéndose con las primeras luces del día sin que nadie repare en ellas hasta que la muerte vuelve a presentarse al amanecer. Solo los conductores que se cruzan con estos trabajadores en las gasolineras o en los puntos de reclutamiento -que siguen funcionando con la lógica de ´La ley del silencio´- tienen constancia del ejército que se pone en marcha de madrugada para atravesar la Región. El luto que vivió Murcia en 2001 al descubrir que miles de personas invisibles estaban sometidas a las reglas de los furgoneteros mientras que todo el mundo miraba para otro lado provocó un cataclismo. Las instituciones públicas pusieron en marcha planes de seguridad y establecieron normas que han ido relajándose con los años, mientras que el CES hizo un estudio para saber cuántos eran. Ahora nos preocupa la recuperación, pero que nadie espere progresar mientras la muerte viaje en furgoneta, porque la estela del dolor no puede traer nada bueno.