Israel está hecho a lidiar con legiones de tontos contemporáneos desde hace décadas, ya ostenten éstos la presidencia de algún Gobierno, perpetren artículos de opinión en cabeceras progres de Europa y Estados Unidos u ocupen un sillón al amparo de algún organismo multilateral tan inútil como corrompido. Así que, esta semana, sin sobresalto especial alguno, los judíos celebrarán el Sucot, una de las fiestas más señaladas en el calendario judío, y en Israel seguirán acudiendo a conmemorarla al Templo de Jerusalén, por mucho que la Unesco niegue todo vínculo entre ese templo y las tradiciones judía y cristiana.

El Comité Ejecutivo de ese órgano de la ONU aprobó el jueves 13 de octubre una resolución que, aunque disparatada histórica y culturalmente, es una muestra más del antisemitismo de una buena parte de los países así como de las ansias de paz y entendimiento de la Autoridad Palestina, promotora junto con Jordania, del texto aprobado. Y, por supuesto, la votación también sirvió para constatar el complejo de ameba diplomática de los representantes de algunos Estados que se pusieron de perfil, imagino que esperando no perder el buen rollito con el amalgama de países comunistas, petroestados árabes y otros adalides de la democracia y la libertad como Sudán, Rusia o Irán, que votaron a favor de la resolución.

Entre los países que se abstuvieron se encuentra España. Nos abstuvimos ante una resolución que es aberrante desde cualquier punto de vista. Nos abstuvimos ante un texto que habla de Israel como una ´potencia ocupante´ una decena de veces. No votamos en contra de una soflama proislámica que niega que el lugar del sacrificio de Isaac y en el que se edificó el Templo de Salomón del que aún se conserva el Muro Occidental, tenga relación alguna con el judaísmo y que asegura que el único vínculo religioso de aquel lugar sea el musulmán a través de la mezquita de Al-Aqsa, del siglo VII. Antes allí no hubo nada, parece ser, salvo quizás algún precursor de la Alianza de las Civilizaciones haciendo negocietes.

No entiendo la actitud de muchos países europeos ante esta resolución inútil pero que, no sólo va contra el estado de Israel, sino contra la tradición democrática y las libertades civiles de las sociedades judeocristianas. Está claro que una votación no puede cambiar la historia y la realidad. Basta comprobar que Jerusalén es citada más de 800 veces en la Biblia, de las cuales algo más de 600 en el Antiguo Testamento. Pero, con todo, puede contribuir a que legiones de progres a izquierda y derecha sigan transitando la senda del buenismo pacifistoide y de abrazo a los postulados islamistas propugnados por países poco recomendables.

Porque sí, porque nos encanta hacernos los colegas de esta gente porque creemos que, estando más cerca de ellos, podremos entendernos mejor (y si cae alguna prebenda de por medio, mejor, que esto del multiculturalismo es muy duro). El error está en que, si bien es cierto que estos países que prefieren amos a gobernantes quieren tenernos cerca, no es para hacernos más mimos y caricias, sino para imponernos de manera cada vez menos sutil su visión del mundo. Y, en ese montaje, acabar con el Estado de Israel es una pieza fundamental.

Así, dicen en esta resolución que «Israel restringe la libertad de culto» en el Monte del Templo. Lo dicen países como Irán o Qatar que prohíben, cuando no cosas peores, cualquier manifestación religiosa no islámica y, además, acusan de intolerancia religiosa a Israel, el único país con libertad de culto en la región y que permite que sea la autoridad islámica, en colaboración con el Estado israelí, quien gestione la zona del Monte del Templo. Lo curioso es que gran parte de la izquierda española (o estatal, como ellos preferirían), aplaude decisiones como esta resolución, alineándose sin empacho alguno con países como los que he citado que, como seguro sabrán, encabezan la lista mundial de respeto y promoción de los Derechos Humanos.

Y mientras tanto, ajeno a toda tontuna, el ayuntamiento de Tel Aviv celebra con más entusiasmo que muchos municipios españoles el Día de la Hispanidad, difundiendo los hitos de los treinta años de relaciones diplomáticas entre Israel y España e intentado extender una imagen de nuestro país alejada de los tópicos. También, recientemente, hemos visto a Felipe VI ocupar un lugar destacado en el funeral de Shimon Peres, junto al presidente de Israel y a un asiento de Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, reconociéndole así el cargo honorífico como Rey de Jerusalén y como muestra de una consideración especial hacia nuestro país.

Y es que no cabe duda de que España e Israel comparten, no sólo una historia y valores comunes, sino también sólidas relaciones comerciales y económicas, además de que, como he dicho, apoyar a Israel frente a quienes lo rodean es una cuestión de justicia y también de interés nacional, pues son un muro de contención y estabilidad en Oriente Próximo que nos resguarda de aún más atrocidades.

Pero, claro, en un país en que el pañuelo palestino sigue siendo un icono de progresía y modernidad alternativa, poca esperanza hay de que ese razonamiento pueda acabar arraigando. Así que, por Israel y también por nosotros mismos, más kipá y menos ´palestino´.