Hemos leído en la prensa este pasado fin de semana algo que no sucedía en nuestra sociedad desde hace mucho tiempo, el linchamiento de unos guardias civiles por el mero hecho de serlo, y de sus parejas, también por el mero hecho de serlo. Este suceso aberrante no puede haber sido cometido sino desde la ignorancia y el rencor de una manada de cobardes impresentables. La etimología de dicha palabra proviene del latín cauda, que significa cola y alude a ese momento tan poco elegante que muestran los perros cuando esconden su rabo entre las piernas expresando miedo.

El daño cometido no tiene proporción y desde luego ninguna justificación con el motivo que les indujo a tan execrable muestra de primitivismo, adornada de falta de reflexión y mucho odio; odio, por otra parte, de algo que les han contado y que desde luego no conocen y que su propia banalidad envuelve en normalidad, que para eso ya hay palmeros dispuestos a explicar, cuando no a defender, lo que no deja de ser un drama social y humano.

El silencio indiferente de los vecinos de Alsasua me ha recordado las reflexiones del filósofo vasco Aurelio Arteta, quien ha denunciado y reprobado hasta la saciedad las conductas acomodaticias y cobardes que afectan a un amplio sector de la sociedad, para protegerse al mismo tiempo de su mala conciencia. El autor denomina al que ejerce esta actitud ´espectador indiferente´, quien, fundiéndose en la masa, conforma el público, en general, contemplando el dolor ajeno sin inmutarse ni actuar, siendo, por lo tanto, también responsable, en su caso por omisión. La indiferencia es contraria a la responsabilidad social; desde un punto de vista moral, social y público, los actos de indiferencia devienen en complicidad del padecimiento ajeno en la medida en que llega a convertirse en un requisito necesario, y a menudo hasta suficiente, del daño causado.

He escuchado por la radio a Inmaculada, la madre de Oscar, el teniente de la Guardia Civil que, como toda persona, tiene nombre, sufre y padece; la templanza y entereza de esa madre hablando del respeto, del cariño del pueblo navarro, del de sus compañeros y de quienes no lo son me ha emocionado. La solidaridad frente a estos actos es también un acto social, una acción que permite al ser humano mantener y mantenerse en su naturaleza de ser social; es por tanto una forma de implicarse con las demás personas que involucra sentimientos y participación, e incluso el sacrificio. Es un dato antropológico que la condición humana está constituida por las dimensiones egoísta y solidaria; frente al egoísmo y la indiferencia, simultáneamente existe una corriente de compromiso y coherencia, alimentada por una fuerte convicción personal, que fomenta los principios de solidaridad y sacrificio, negando toda autoridad a la indolencia.

La solidaridad es una actitud y un comportamiento; es uno de los valores humanos por excelencia; consiste en la colaboración y el sentimiento de unión de las personas, sobre todo cuando se experimentan situaciones complicadas de las que no resulta fácil salir.

Mi abrazo y reconocimiento a esos guardias civiles, a sus parejas y a todos aquellos que les quieren y les respetan.