Hay dos formas de jugar al ajedrez. La primera es la del jugador que solo piensa en su propia jugada; la segunda, la del que piensa tanto en la propia como en la posible del rival. Esta diferencia implica tipos humanos y estilos muy diversos y, por regla general, concierne a una estructura mental característica, dominada por la rigidez y la falta de flexibilidad, por las ilusiones y la omnipotencia de las ideas. Uno piensa en la jugada perfecta, pero a condición de creer que juega solo. Por supuesto, en esta personalidad también está implicada la negación del principio de realidad. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las otras personas también piensan. Siempre. Y a veces mucho. Como decía Unamuno, incluso para arar se necesita la inteligencia.

Esta introducción, completamente prescindible, viene a cuento de la nueva fase en la que va a entrar la política europea tras el brexit. Como siempre en estos casos, desde Viriato a esta parte, eso significa que también la política española seguirá por los mismos rumbos. Y no solo por la emergencia de Alternativa para Alemania, una fuerza que podemos llamar neonazi. También por el pequeño aprendiz de dictador húngaro. El rumbo europeo va a virar fundamentalmente por la salida del Reino Unido de la UE. Como ya estamos empezando a ver, brexit significa brexit para todos, y no solo para la señora May. Sin la presión del Reino Unido, poco a poco se irá viendo que el ADN político de las tierras continentales europeas no es precisamente el liberalismo clásico. En realidad, ni siquiera sabemos hasta dónde tendrá que retroceder Inglaterra para reconciliarse consigo misma y encontrar un camino en su nueva aventura histórica.

Los primeros globos sonda del Gobierno May no parecen muy alentadores. Hacer recuentos de trabajadores extranjeros y obligar a las empresas a pagar por ellos con la excusa de que le quitan trabajo a los nativos, no solo es un disparate económico. Se trata además de un atentado social. Al día siguiente supimos que los locales de ocio y de servicios no han visto el currículum de un nativo inglés en los últimos veinte años y que los hospitales tendrían que parar si tienen que pagar una tasa por el personal sanitario extranjero. Así que parece que la señora May lleva en su bolsillo un recetario de Marie le Pen y que su intento de convertir el partido tory en el de la clase trabajadora significa que, por primera vez, la política nacional y sus exigencias han desafiado a la economía. Esto parece poco liberal, marca el principio de una era post-imperial y debe encajarse entre las señales que muestran que poco a poco las cosas van a cambiar. Que un candidato a presidente de Estados Unidos como Trump se asocie a este movimiento británico, indica que buena parte de la metrópolis mundial ha perdido igualmente el rumbo y que el mundo anglosajón comienza a encerrarse en fortines ante el futuro.

En estas condiciones, que el TTIP tenga cada día menos probabilidades de éxito sugiere que comienza a percibirse que la capacidad de liderazgo mundial del viejo mundo imperial anglosajón está tocando techo. Por supuesto, que Estados Unidos no esté en condiciones de vencer el pulso a Rusia en Siria es otra señal. Como lo es que agencias del Gobierno ruso puedan interferir en la campaña estadounidense con el descaro con que lo han hecho hasta ahora, y que Trump mantenga a pesar de ello sus apoyos. Todo esto testimonia que el votante blanco, sajón, conservador e imperial quizá echa de menos los viejos tiempos, cuando el dualismo de la guerra fría era un juego de amigo-enemigo que se repartían el planeta.

Pero hay más. El Gobierno May hará todo lo posible para que el brexit no signifique un descenso de calidad de vida en el Reino Unido y eso implicará el regreso de los tories al viejo paternalismo conservador previo a Thatcher. Eso comienza a jugarse en un momento en que los laboristas están escindidos entre la militancia radicalizada y los votantes deseosos de ventajas constantes y sonantes, aunque vengan de la mano del diablo. En estas condiciones, May se lo juega todo a una carta. Si resulta que los burócratas de Bruselas garantizan mayor nivel de vida, entonces los laboristas volverán con recetas anteriores no a la señora Thatcher, sino a Churchill.

En todo caso, Europa ya no será la misma, entre otras cosas porque el mundo ya no es el mismo. El brexit fue una decisión que se tomó en caliente, en un momento en que era verosímil abandonar el barco europeo. Aquí, como siempre, una decisión irreversible responde más a una evidencia pasada que a una futura. Eso constituye una desgracia propia de los países que ya han perdido el rumbo. El caso es que en esta situación Europa continental regresará a su principio histórico: el cameralismo político y jurídico sostenido por burocracias ilustradas cuya finalidad es mantener equilibrios sociales complejos. No conocer esta tradición política que fundó Prusia en el siglo XVIII, y que tuvo una poderosa influencia en Suecia, Dinamarca, Nápoles y Sicilia, y en cierto modo también en España, implica no reconocer los estilos fundamentales de los Estados continentales. Entre nosotros sólo lo estudió Ernst Lluch, pero ahora lo analiza con más detalle un doctorando italiano de la Universidad de Palermo, Pierluigi Marinucci, de quien tengo el honor de ser tutor de su tesis. Como me recuerda, Foucault, en sus estudios sobre el nacimiento de la biopolítica, apenas conoce el cameralismo, entregado al análisis de las aproximaciones entre fisiócratas y liberales. Pero la gente de Justi traducido al español en el siglo XVIII no era ni de unos ni de otros, y fue la esperanza y el fundamento con el que la Prusia de Stein y Hardenberg, y todos los demás Estados nórdicos de la época, desearon esquivar el dilema de reacción y revolución en que se vio envuelta Francia.

Esta es la jugada que veo dibujarse en el futuro. Aquí, como siempre, no es seguro que se acabe emprendiendo ese curso de acción. Pero es una jugada posible que deberá tener en cuenta quien no quiera ver sólo la suya propia. Como el Gobierno chino volvió al sentido propio del mandarinato confuciano, la Inglaterra de May vuelve al partido tory paternalista y, sin la presión neoliberal en su fase más aguda (y no volverá a esta fase más que si Trump ganara y los republicanos regresaran con su agenda), es probable que Europa regrese al principio cameralista de articular los equilibrios entre mercado, sociedad y Estado bajo la dirección de complejas tramas técnicas y jurídicas. Este rumbo marcará un camino por el que Rajoy se internará en cuerpo y alma. Primero, porque no hay nadie más cameralista de espíritu que él; y segundo, porque de esta manera se permitirá romper definitivamente con Aznar, quien viendo el sentido de las cosas que aquí sugiero, quizá se ha llevado su FAES lejos de un partido que quiere regresar a un ideario conservador tradicional, lejos del glamour neoliberal. Pero si esta es la jugada a un lado y al otro del Canal de la Mancha, entonces las categorías que se han forjado para los años anteriores tendrán que reajustarse. Porque las poblaciones no soportan poderes despiadados, corruptos o ineptos, pero se sienten cómodas con poderes benevolentes. Y el cameralismo siempre los produjo en abundancia.

Si ese fuera el programa también en España, entonces las posibilidades de encontrar un denominador común al PP, C's y PSOE se abriría paso, sin que eso fuera incompatible con un cameralismo más de izquierdas, ecologista y social, y uno más conservador y tradicional. De ese modo, los actores aspirarían a un mínimo de dos años para recomponer el campo. La pregunta es: ¿alguien ha pensado qué hacer para neutralizar esta jugada?