Los murcianos están muy preocupados por el acoso escolar y la convivencia en las aulas, lo cuál me parece una excelente noticia, ya que sin la sensibilización necesaria ante un problema evidente y latente es más difícil actuar para subsanarlo o, al menos, frenarlo. La primera consulta del Gobierno regional para saber a qué proyectos quieren destinar los ciudadanos una parte del Presupuesto de la Comunidad para 2017 (Hacienda ha apartado 13,2 millones de euros del gasto anual bajo el encabezamiento de Presupuestos Participativos) concluyó que el epígrafe denominado ´Mejora de la convivencia escolar´ fue el más votado por los murcianos y, en consecuencia, para el que se pedía mayor esfuerzo económico de las arcas públicas. No me hacía falta tener un hijo en edad escolar para darme cuenta del difícil momento en el que se encuentra el panorama educativo de este país, con defectos y polémicas a todos los niveles y ausencia de la estabilidad necesaria para un campo tan ambicioso en el desarrollo de nuestra sociedad, aunque hoy me voy a centrar en lo que más preocupa a los murcianos. No quiero ser alarmista ni prejuicioso, pero les voy a relatar tres ejemplos recientes que evidencian lo que sostengo. No obstante, ustedes pueden extraer sus consecuencias y decidir su propio corolario. Primero: En la bienvenida a los padres de los dos últimos cursos de Primaria, el director del centro en el que estudia mi hijo, entre otras cuestiones previas sobre lo que espera de nosotros y lo que dará de sí el profesorado, advirtió sobre el peligroso y pernicioso uso que los adolescentes hacen de los teléfonos móviles cuando se trata de acosar a compañeros. «Estén atentos», nos aconsejó. Segundo: En la posterior charla en el aula, esta vez con los padres de los veintitantos compañeros de clase de mi hijo, la profesora, entre otros asuntos de funcionamiento también de este curso, nos informó de que no consiente a sus alumnos ni un solo devaneo con el hostigamiento a otro compañero, aunque admitió que no puede controlar lo que sucede en las redes sociales: «Son ustedes los que deben vigilar. Cada año se da algún caso en el que debe intervenir la dirección», nos relató mirándonos a todos y cada uno de los presentes para que entendiéramos el alcance de sus palabras. Y un tercer ejemplo: Hace unos días, otro espeluznante caso de violencia en un colegio de España se coló en la conversación que manteníamos varios compañeros en la redacción. Cuando llegué a la decena de relatos de hechos deleznables ocurridos en aulas de nuestra Región el curso pasado, abandoné el diálogo que manteníamos, me pregunté dónde estamos como sociedad y concluí que las estadísticas solo valen para tapar realidades perniciosas a las que hay que poner luz como único método para erradicarlas. No he mencionado, pero conozco algún caso cercano, de profesores que, amenazados por chavales, han sufrido un trauma que les ha cambiado la vida. Algunos pueden decir que soy exagerado en mi valoración, y puede que no les falte razón, pero del resultado de los Presupuestos Participativos deduzco que muchos también piensan que hay que hacer algo más de lo hecho hasta ahora.