Hace años leí un artículo de Pérez Reverte en el que se refería a las fotos que los reporteros de guerra enviaban a las redacciones desde Siria en las que aparecían fotos de cadáveres desmenuzados de hombres, mujeres y niños a causa del conflicto. El escritor, antaño corresponsal de RTVE, defendía el trabajo de sus compañeros e insistía en la importancia de que Europa conociera de primera mano la cara más espantosa y sangrienta de la guerra.

En un tono burlón bastante descarado se jactaba de la sensibilidad y del impacto que dichas imágenes podían provocar en la retina de los espectadores y más o menos nos acusaba de ignorantes egoístas que preferimos vivir en el desconocimiento más absoluto con tal de que nada pueda perturbar nuestras en principio apacibles y cómodas vidas. «Prefieren no mirar», rezaba el titular del artículo en el que acusaba a gran parte de los ciudadanos de ser poco menos que unos desalmados porque habían tenido la osadía de dirigirse a determinadas redacciones para quejarse por escrito de la falta de sensibilidad de imágenes en la que aparecía niños recién descuartizados.

Casi siempre que leo un artículo de Pérez Reverte suelo coincidir con él y me encanta la manera y la pasión con la que defiende con buenos argumentos sus ideas y pensamientos. Pero en este artículo no me gustó su ligereza al enjuiciar a cientos de ciudadanos que no sienten la necesidad de ver sangre y cadáveres amontonados para comprender la magnitud de la tragedia de una guerra. Ni estuve de acuerdo entonces ni ahora.

Esta mañana he desayunado con las imágenes de niños afectados por el cólera en Haíti tumbados en destartaladas camas, con las babas colgando, la boca repleta de restos de comida, cuencas de ojos vacías y miradas perdidas. Había primeros planos morbosos y desagradables para todos los gustos, especialmente los de Arturo, para contar lo que se supone es la verdad, la esencia de la noticia que ha de llegarnos a cientos de teleespectadores. A mí, déjenme decirles que no me ha llegado absolutamente nada, salvo un sentimiento de indignación terrible al ver cómo se utilizan de la forma más descarada y descarnada el sufrimiento de niños para crear impacto y generar contenidos de 'interés'. Sí, si me preguntarán diría alto y claro que creo que lo que se ha hecho esta mañana en dicho informativo ha sido ofender y denigrar el dolor de los enfermos en lugar de contar lo que realmente importa: cómo podemos ayudar a los más de 24.000 afectados.

Lo que tiene que salir en pantalla en su tipografía más grande y si puede ser a todo color con luces de neón como los estrenos de los musicales de Broadway son los números de cuentas corrientes de las asociaciones a las que enviar donativos para que los voluntarios, adultos y jóvenes, trabajen en mejores condiciones y puedan ayudar a sanar y prevenir para que el problema no se multiplique.

Cada uno hace lo que puede, y sentir desagrado al ver a un niño tumbado en el barro en posición fetal desnudo de cintura para abajo con el cuerpo plagado de moscas no es ni mucho menos ser un desaprensivo que no tiene miramientos hacia lo que está sucediendo en este momento en las calles de Haití. No hacía falta utilizar la crueldad como el atractivo de una noticia relevante cuyo principal mensaje se ha quedado por el camino en pos de la 'moralidad' y lo que se supone es hacer buen periodismo.

A los lectores y teleespectadores se les debe un respeto cuando encienden la televisión o compran el periódico, que es el de contarles la verdad, la cruda realidad de lo que sucede en este mundo de mierda por muy inconveniente e incómoda que ésta sea, pero sacudir y atormentar al espectador lo que más se pueda porque de otra manera se piensa no entenderá la magnitud de la realidad me parece una fantochada propia de agencias de publicidad de Madison Avenue para vender tabaco o detergente y una crueldad innecesaria con las víctimas, familiares y teleespectadores.