Lo nunca visto. La prensa norteamericana, incluida la más conservadora, cierra filas para tratar de impedir que el elefante Trump convierta al país en una cacharrería. Medios que tradicionalmente se han mantenido neutrales desde su origen rompen el molde editorial y piden (suplican en algunos casos) que los votantes paren los pies embarrados al magnate, repudiado por sus mismos compañeros (que no aliados) de campaña. Mejor votar el mal menor de Clinton aunque sea con pinzas en la nariz que darle la oportunidad al (tomemos carrerilla) machista, xenófobo y descontrolado Trump de oscurecer la Casa Blanca.

Sin embargo, ese frente común de los medios podría ser, en una grosera ironía del destino, el mejor aliado para el candidato seudorepublicano. En primer lugar, porque a muchos votantes hartos del sistema político actual les da igual que Trump humille a las mujeres, amenace a los inmigrantes y evacúe sus exabruptos en una gran letrina de demagogia, populismo y delirio políticamente insurrecto. El éxito de un personajillo como Trump, como ocurre en cualquier país donde se hacen fuertes este tipo de seres, es el fracaso de toda una sociedad (especialmente de su clase política) que les ha puesto en bandeja de plata la oportunidad de aspirar a hacerse con el poder.

Y, en segundo, lugar, porque muchos norteamericanos ya no consumen la prensa que respeta las reglas del periodismo veraz, independiente y contrastado sino que se alimentan exclusivamente de la desinformación permanente e impermeable que encharca innumerables fuentes de internet sin rigor, sin credibilidad, sin respeto a la verdad, con las redes sociales convertidas en gigantescos altavoces de las coces que Trump reparte por doquier. Si uno solo lee lo que quiere leer terminará encadenado a un solo punto a de vista, sin contrastar ni prestar atención a los argumentos que se oponen a su pensamiento y, por ende, a los políticos que lo defienden. Ese reduccionismo crece, además, con la posibilidad que las nuevas tecnologías proporcionan de personalizar las noticias, allanando el camino al dogmatismo y la falta de pensamiento crítico. Todo ello unido a la necesidad agobiante que esas andanadas desinformativas tienen de llamar la atención entre los consumidores.

Y para conseguirlo no hay límite ético o deontológico que valga: Trump es, en primera y última instancia, un producto envasado al vacío que tiene su hábitat natural en el ruido y la furia, en el espectáculo chillón de Las Vegas donde se aturde al visitante y se aplasta su sentido común en nombre de la política como show que acalla las ideas y encumbra el alarido, el ataque indiscriminado, el ventilador de basura. Escribió Victor Hugo en Los miserables, un título muy apropiado para la ocasión, que «la primera justicia es la conciencia». Y de conciencia, Trump anda más bien escaso: siempre le ha estorbado en su carrera al éxito.