No es que yo sea un fanático de los patriotismos, pero sí creo fervientemente que para que una empresa funcione, un equipo funcione, o para que funcione cualquier grupo de personas sea cual sea su tipo de unión y finalidad, incluido un país, debe haber cierto sentimiento y orgullo de pertenencia. Lógicamente, para que ese grupo funcione, se necesita que todos los miembros del grupo „o, al menos, la gran mayoría„ compartan unos objetivos comunes, respeten unas normas básicas y aporten todo lo posible individualmente para el bien común. Como ya se pueden imaginar, sentirse orgulloso de ser español es realmente complicado. Sentirse estadounidense, por ejemplo, es muchísimo más sencillo. O sentirse francés. O británico. De algún modo, los franceses, los británicos, los norteamericanos „y otros muchos pueblos„ se sienten orgullosos de su historia, de su himno, de su bandera, de sus instituciones, de su cultura, de su forma de ser, y eso genera un sentimiento de pertenencia muy elevado. En infinidad de ocasiones, viendo por televisión algunos de sus actos, uno se siente de repente más norteamericano que nadie, o más francés o más inglés, como si se naciese allí.

Sentirse español es complicado. Incluso, en muchas ocasiones, más que un orgullo supone una vergüenza. Un estigma. Los españoles no tenemos muy buena fama por ahí adelante, y no es de extrañar. Los españoles llevamos a nuestras espaldas muchos complejos: complejos históricos, complejos sexuales, complejos culturales, complejos raciales... Por eso, intentamos compensar todos nuestros complejos dando relevancia a personajes, espectáculos y actitudes que en otros países no tendrían cabida. Muchos programas como los que triunfan en nuestro país, o películas con temáticas tan cutres y casposas como muchas de las que triunfan en España, o debates como el de la independencia de Cataluña, por ejemplo, en otros países serían impensables. En ningún país decente se ensalzaría la incultura como se hace en España. En ningún país decente triunfarían personajes como Belén Esteban y todos sus adláteres. En ningún país decente el libro más vendido sería el de un presentador con pretensiones de gloría. En ningún otro lugar decente del mundo dos equipos de fútbol ocuparían tanto tiempo en los medios de comunicación o en las tabernas y cafeterías como en España.

Además de encumbrar la basura, otra de las cosas que mejor sabemos hacer los españoles es destruir sin crear nada. Eso se nos da de vicio: criticamos el Día de la Hispanidad, el gasto en su celebración, el himno, la Semana Santa, las fiestas de origen religioso, el conservadurismo de las normas, la bandera€ y, a cambio, somos uno de los países con mayor número de embarazos no deseados, con peor nivel educativo, con lugares donde prohíben la entrada a los niños por su mala conducta, con mayor consumo de droga, con mayor adicción a los móviles, con Ayuntamientos que no cumplen las normas y a los que no les pasa nada, con mayor nivel de corrupción política y empresarial, con menor inversión en ciencia, €

Ser español da pena. Al final, hemos logrado que haya más cosas que nos desunan que las que nos unen. Así, es imposible querer ser de un país que ha desterrado la brújula de su historia y ahora ya no sabe siquiera cuál debe ser su futuro.