Soy escéptica por convicción. Creo que la duda es una opción menos peligrosa que la certeza, sin embargo, incluso los escépticos somos capaces de llegar a conclusiones, por ejemplo, cuando vemos que hay humo y olemos a humo deducimos que existe un fuego. De la misma manera es posible afirmar que en el PSOE se ha producido un golpe de Estado y que este golpe de Estado va mucho más allá de la mera defenestración de un secretario general.

Este es el relato. Tras las elecciones de diciembre de 2015 se pudo haber formado un Gobierno de progreso sustentado por una coalición PSOE-Podemos. Eso no ocurrió por dos motivos. Uno fue que era necesario el apoyo de los independentistas y el núcleo duro del PSOE había formado bloque con los unionistas contra quienes «quieren romper España». El otro motivo fue que los poderes económicos ni estaban ni están dispuestos a permitir que Podemos toque poder, por lo que se interpuso a Ciudadanos como barrera.

El resultado tras las elecciones de junio no cambió gran cosa el panorama, salvo que dio al PP más votos, lo que lo convertía en la primera opción de gobierno. Sin embargo, para gobernar necesitaba, seguía necesitando, al PSOE. Y aquí aparece el triple NO que lleva al PSOE a un callejón sin salida. Para escapar del absurdo, afines a la dirección del PSOE inician contactos con los independentistas y con Podemos y se empieza a mencionar la lejana posibilidad de un acuerdo, lo que hace que suenen todas las alarmas y que acuda el equipo de salvamento.

Felipe González es oportunamente entrevistado en la Cadena SER, del grupo PRISA, por la periodista Pepa Bueno y esa entrevista es el detonante para que Susana Díaz movilice a su tropa con el objetivo inmediato de lograr la dimisión del secretario general, pero la resistencia de Pedro Sánchez provoca el obsceno espectáculo de autocanibalismo que el PSOE nos ha ofrecido en directo.

No solo las formas, las malas formas, sino también los tiempos resultan significativos. En primer lugar, parece sospechoso que el asalto se produzca precisamente en la semana que se suponía horrible para el PP porque se iniciaban los juicios sobre su corrupción, pero gracias a la intervención de Felipe González, diecisiete miembros de la Ejecutiva Federal dimiten para forzar la caída de Pedro Sánchez y se arma la marimorena, de manera que, ante el estallido del PSOE, la corrupción del PP pierde interés informativo y queda relegada a una zona de sombra. En segundo lugar, el golpe se produce un mes antes de que se cumpla el plazo para una nueva convocatoria de elecciones, lo que deja al PSOE un margen imposible para la reacción.

Ahora, la Gestora, a cuyo frente está ese hombre deprimido que es Javier Fernández, está en la tarea de hacer digerible la abstención del PSOE. Largo, estéril y autodestructivo camino para llegar a un destino previsible desde el resultado de las elecciones de diciembre de 2015. En definitiva, un mero síntoma de la pérdida de rumbo en la que deambula el PSOE.

Pedro Sánchez no le ha valido a quienes lo pusieron para que actuara de marioneta, pero quienes lo pusieron y lo han quitado de malas formas, a patadas, saben que la decadencia del PSOE no es achacable a Pedro Sánchez sino al desconcierto y a la doble crisis del PSOE, la propia y la que comparte con toda la socialdemocracia. Quienes ponen y quitan saben que, al menos de momento, todo irá a peor en el partido. Y, si lo saben, hay que preguntarse por qué lo han hecho y cuáles son los objetivos.

La respuesta la conoce Felipe González. Y nosotros, si pensamos un poco, también podemos llegar a conocerla: los poderes económicos defienden sus intereses y se sirven de sus históricos y fieles aliados. Por ese motivo, el golpe de Estado en el PSOE no afecta solo al PSOE, es un golpe magistral contra la ciudadanía, a la que se priva de la posibilidad de un Gobierno de progreso a muy largo plazo.

A los golpistas no les importa la destrucción del PSOE, no les importa la voluntad popular, eso en lo que consiste la democracia y, por supuesto, les importa menos el bienestar ciudadano: todo lo hacen por el bien de España y por el de la democracia.

Misión cumplida.