Un tropel de 65 acusados defiende en la Audiencia Nacional que las tarjetas black no las inventó Caja Madrid, que eran legales y que formaban parte de los incentivos por ser directivo o consejero. Legalidad aparte, otros datos señalan los estragos cometidos. Bajo su mandato (1995-2010) Miguel Blesa quintuplicó el límite de gasto de las tarjetas black. En sus dos años, Rodrigo Rato lo dobló. Ese dinero de plástico tenía las características elásticas de la goma. El saldo total son 12,5 millones de euros. Se sabe ahora que algunos consejeros y directivos pedían más.

Es como una siniestra fiesta de cumpleaños con una piñata perfecta en la que cada vez que un invitado golpea llueven miles de euros y, en la rebatiña, los engominados piden más. Se entiende el éxito de la piñata en la fiesta infantil porque los niños, por su condición, no conocen límites. Juegan hasta el agotamiento y comen hasta el empacho. Por eso hay que educarlos y por eso educar es poner límites. Pero estos directivos y consejeros llegaron a los cargos precisamente como personas educadas.

La imagen de alguien golpeando con fuerza en lo alto, como en la piñata, evoca a Ion Manteca destrozando a muletazos un reloj termómetro en Madrid durante las huelgas estudiantiles de 1987. Manteca era mendigo, vagabundo, toxicómano, cojo y punk. Cuando tenía 16 años se subió a una torre de alta tensión, sufrió una descarga eléctrica y en la caída se abrió el cráneo y perdió la pierna, una historia real, algo pariente de la del ficticio Makoki. El PSOE usó su muleta para distraer al toro de la opinión pública, los sociólogos quisieron convertirlo en síntoma y la prensa de derechas se rió mucho de aquel chaval mutilado por una desgracia. En estos consejeros y directivos que se comportaron como desgraciados, confirmamos la vena punk de la gente educada de la banca.