Una costumbre no escrita que define muy bien a los políticos habla de la sempiterna lucha por el poder que se desata cada cierto tiempo entre los compañeros de un mismo partido divididos en bandos y que adquiere su mayor relevancia alejada de los micrófonos, oculta en el alcantarillado, allá donde las salpicaduras no son visibles excepto para los contendientes.

Ya saben que los electores huyen del partido que se muestra fraccionado o enfrentado, razón por la que las formaciones tradicionalmente se ajustician en la intimidad y bajo la premisa de negar públicamente cualquier hostilidad. El PSOE voló esta tradición en un solo fin de semana que pasará a la historia como el epítome de años de batallas internas que han sacudido (espero que no derribado) los cimientos de una organización con una crudeza y virulencia que nadie podía prever.

Recuerdo en mi primer año de oficio en Cartagena a dos líderes históricos (da lo mismo citar al partido, en estas situaciones son intercambiables) que iban juntos a todas partes, desde la mañana a la noche, con la apariencia de estar siempre muy bien avenidos. Mi jefe de entonces, veterano en estas contiendas, me lo aclaró: «Se odian a muerte y, como no se fían uno del otro, van siempre juntos para no dar la oportunidad al otro de que lo traicione». Aún hoy los he seguido viendo en muchas ocasiones después de que fueran conminados a abandonar el partido por el que tanto hicieron.

Nunca van juntos. El mundo desde entonces ha evolucionado y ha perdido cierto grado de ingenuidad con los teléfonos móviles y con el nacimiento de la aldea global (que cada vez nos hace más aldeanos), pero la idiosincrasia de una organización que se precie sigue estando anclada en la pelea más o menos rastrera, más o menos conocida.

El viejo zorro dirigente italiano Giulio Andreotti rindió un homenaje al sarcasmo cuando dijo: «Hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido». Tal vez algunos socialistas no estuvieran al tanto de la demoledora frase, pero seguro que de cara al futuro ya están avisados. ¿Y ahora, qué? ¿Habrá terceras elecciones o Rajoy contará con la abstención de los socialistas para poder formar Gobierno a finales de mes?

Los españoles, una vez más, fueron muy claros en sus contestaciones al CIS, que hemos conocido esta misma semana, aunque hay que advertir que la encuesta se hizo tras el fallido intento de investidura del líder popular y sin conocer el desastre del PSOE: casi el 90% de los ciudadanos manifiesta su indignación por la situación política; la corrupción sigue siendo el segundo problema para los españoles; los partidos políticos ascienden en la lista de inquietudes de este país y se colocan como tercera preocupación en estos dos últimos meses; aumenta el desasosiego por la falta de Gobierno.

¿Escucharán nuestros gobernantes lo que demandamos después de nueve meses o querrán darnos otras navidades inolvidables al calor de las urnas? Confío en que unos y otros hayan aprendido alguna lección y España se ponga en marcha en tres semanas.