«Veranillo». Así describió ayer lo que estamos sufriendo por el sur y el sureste uno de los meteorólogos de la televisión encargado de informarnos sobre el tiempo que hemos tenido, pero sobre todo el que vamos a tener en los próximos día. A él le querría ver yo por estas tierras, y seguro que no dudaría en cambiar el sustantivo para convertirlo en «veranazo» por lo menos, con perdón de la Real Academia Española de Lengua (RAE). Y es que ya se me ha olvidado de cuándo fue la última vez que no encendí en el trabajo el aire acondicionado; de cuándo necesité una chaqueta para salir a la calle (hablo durante el día) y de cuándo utilicé unos zapatos cerrados. Para los del norte esto puede ser una bendición, pero para los que vivimos por estas tierras... ya vale. Tiemblo al pensar que lo que pueda ser excepcional se convierta en la regla habitual (de hecho, ya nos han advertido de que puede ser así), porque si algo merece la pena vivir son los cambios de estación, de cuatro, no de dos o dos y media. Ver caer las hojas de los árboles; ver la nieve; cómo se llenan los campos de flores; y luego disfrutar a tope de la playa. ¡Qué nostalgia!