Parece que en Murcia algún juez ominoso nos ha condenado al verano a perpetuidad. Llevamos la condena como podemos, con quejas y comentarios sobre el calor que por Dios que hace. Pensamos que alguna vez terminará, como lo piensa el reo de su condena, y entre tanto nos limitamos a sudar, a mira al cielo por ver si nubla y a gastar energía sin fin en los aires acondicionados.

La pena a la que estamos condenados, me temo, no parece tener mucha marcha atrás. Detrás de esta situación parece estar el cambio climático, aunque científicamente no sea tan fácil demostrarlo. Las series de temperaturas y las comparaciones que nos ofrece en los últimos años la Agencia Estatal de Meteorología arrojan datos y más datos que informan sobre que tal este mes es el más caluroso de tal y tal serie de años y que tal como este periodo rompe la serie histórica sobre tal y cual media de temperaturas. Y el caso es que no hace falta serie de datos alguna para que nosotros lo notemos en nuestras carnes. Cuando estoy escribiendo esto consulto la previsión de siete días de la AEMET y me entero de que mañana, sábado 8 de octubre, tendremos una máxima de 32 grados. ¿Nos vamos a la playa?. Es lo más razonable para el otoño, como todo el mundo sabe. Nos llevamos unas castañas y nos las comemos llenas de arena con una coca cola.

Quizás tengamos que acostumbrarnos e incluso el verano perpetuo sea excelente para ayudar a desestacionalizar nuestro sector turístico. Pero tampoco es eso. Detrás del aumento de temperaturas, del calentamiento global, hay una enorme cantidad de problemas. El catálogo de amenazas es bien conocido y afectan en mayor medida a las zonas semiáridas de latitudes como las nuestras. La sequía va a ser cada vez más estructural y eso tensionará más y más las estrategias de cultivos, las diferencias entre territorios internos según sea su dotación de agua autóctona, o la sobrexplotación de los acuíferos hasta llegar pronto al punto de no retorno. Pero ocurrirá también que lo poco que llueva lo hará cada vez de forma más torrencial, por tanto con más peligro sobre los bienes y las personas. Las últimas raras fuentes y riatos de nuestros montes terminarán de secarse, la evapotranspiración de campos y baldíos aumentará progresivamente y la biodiversidad cambiará (no sabemos si siempre para mal o para muy mal) afectando mediblemente las condiciones de nuestros ecosistemas.

No es raro también pensar que tropicalizaremos (y perdón por la palabreja) cada vez más las enfermedades que nuestros médicos se encuentran en los consultorios y que el mosquito tigre sea el menos de los preocupantes nuevos bichos que se instalarán entre nosotros.

En fin, que no quiero ser, como se ve, pesimista. Pero sí que tengo claro que desde ya tenemos que empezar con todas las políticas y herramientas posibles de mitigación y adaptación al cambio climático. Yo, de momento, vendo en una web de segunda mano mi magnífica colección de jerséis.