Todo comenzó a las dos de la mañana, la hora de los incendiarios. Felipe González se mantuvo despierto en Bogotá, Colombia, lo justo para que sus declaraciones llegaran puntuales a las 8 de la mañana española y pudieran ofrecer la señal de pasar a la ofensiva. Las alarmas se habían disparado ante los rumores de que Podemos y PSOE tenían casi cerrado un acuerdo, algo que desde luego nadie ha confirmado nunca. Y he aquí que engañar a Felipe González que como es sabido jamás nos mintió se convierte en algo mucho más grave que mantener un acuerdo unánime del Comité Federal del PSOE. Felipe en un lado. La decisión de un Comité Federal en otro. Pues bien, pesa más que en privado Pedro Sánchez le dijera a González que se abstendría en caso de una segunda presentación de la candidatura de Mariano Rajoy, que el mandato de un Comité Federal de votar no a este candidato. Y así, como en los montajes de Coppola, tras escuchar la confesión privada de González, media Ejecutiva del PSOE dimite con la idea de que esa dimisión implique que toda la Ejecutiva cese, incluido su secretario general.

Así comenzó el fuego que durante unos días ha tenido a España en vilo. Nunca, desde el golpe de Estado de febrero de 1981, se había generado un ambiente semejante de expectación política. Por doquier se recordó la noche de los transistores. La pasión política pura salió a la calle, irritada por la componenda. Como si fuera un elefante blanco pequeñito, una señora completamente desconocida, Verónica Pérez, se presentó puntual y vociferante en las puertas de Ferraz. Allí dijo con todas las letras que «la autoridad máxima del PSOE soy yo». Para que esto fuera un poco más persuasivo, la señora Pérez tendría que haberse tocado con un tricornio, pintarse un bigotito y comenzar con un «¡se sienten, coño!». No quiero ni imaginar lo que podría haber pasado si, en efecto, como se ha rumoreado, Sánchez hubiera tenido cerrado un Gobierno con Pablo Iglesias. Pero maneras no faltan.

La más vieja táctica para destruir los órganos representativos siempre fue alterar el quorum mediante la reducción drástica del censo. Eso fue lo que hizo Hitler al declarar fuera de la ley a los comunistas y transformar su mayoría relativa en el Reichtag en una mayoría absoluta. No contento con esto, luego lo quemó. La señora Pérez no logró tanto. No consiguió que la Ejecutiva se diera por dimitida, y así ella no devino en autoridad suprema con plena competencia para nombrar una gestora. Con humor hiriente, Josep Borrell dijo que ese plan era propio de un sargento chusquero. En toda su larga trayectoria política no se le recuerda una frase tan lúcida, y la concurrencia se la agradeció con vítores. Al final, el PSOE no ha hecho sino despejar el balón. De ahí hasta que remate la jugada, falta mucho. No está todo dicho. Mientras tanto Sánchez ha conseguido algo decisivo: que al menos se mantenga un Comité Federal, donde en modo alguno hay unanimidad. Desde luego, los críticos tienen mayoría para despejar la pelota hacia adelante, pero no está claro que la tengan también para invertir la votación del no y pasar a la abstención. En todo caso, algo deberían aprender todos. Nadie debe hablar en privado con Felipe González. Es un acusica.

Al final, la jugada está en el aire, algo que todavía promete jornadas interesantes. Pues no es lo mismo que el público comprenda que todo esto debe llevar a la abstención, que abstenerse. Por eso era tan importante la señora Pérez. Ella, al frente de no sé qué instancia, tendría que nombrar una gestora que podría tomar decisiones y comerse el marrón. Me temo que esto no ha pasado. Y eso a pesar de que, como en las películas de Coppola, Susana Díaz nos indicara oracularmente quién iba a presidirla, al contarnos la historia genealógica más bonita que conoce de todas las historias del PSOE. Ahora esa gestora todavía tiene algunos partidarios de Sánchez y en el Comité Federal tiene más de cien votos. Por mucho que el congreso se posponga, la clave es quién va a cargar con el precio de imponer la abstención. No será gratis.

Y no lo será porque Rajoy, que tiene el sentido propio de todo tahúr, subirá la apuesta. No esperó mucho para reclamar que no se conforma con la abstención, sino que quiere garantías de gobernabilidad y exige apoyo para aprobar los presupuestos. La lógica por la cual el PSOE se verá obligado a facilitar su elección como presidente, se repetirá en los próximos años. Esa es la trampa en la que está el PSOE: cada paso que dé para apoyar a Rajoy será más pegajoso y más lo condena a moverse a su alrededor como un satélite. Ahora, Rajoy puede chantajearle con un sencillo hecho: después de todo lo que ha alabado la estabilidad, la responsabilidad y la necesidad de Gobierno, la seriedad y el sentido común, puede subir el listón de exigencias para propiciar unas terceras elecciones, porque tiene sobradas esperanzas de que puede llegar a una mayoría más cercana a la absoluta. El dilema para el PSOE es claro: tener ahora al menos la función decisiva de la abstención, o ser cada vez más irrelevante.

¿Qué diría Felipe González a esto? Creo que en el fondo ya lo dijo Susana Díaz al valorar el gran patrimonio del PSOE. Lo que demuestra este comentario es que alguien tiene una idea patrimonial del partido. La cuestión es identificar al propietario. El partido no parece ser de los votantes, a los que todo este asunto ha humillado. Tampoco de los militantes, que votaron a Sánchez, quien por tanto no debería ser separado del cargo de una manera tan equívoca. Perder una votación no lleva a esta dimisión más que por un compromiso personal, no por una obligación estatutaria. Así que es posible que la demostración de coherencia de Sánchez, y su capacidad de mantener la palabra, sea parte de la voluntad de acumular capital político para el futuro. Los que tienen el síndrome de Demetrio son imprevisibles. Así que por ahora dejemos la cuestión del propietario del patrimonio en suspenso. Lo que vimos en Sevilla, con esa orquestación casi soviética de vasallaje a la líder, no identifica al propietario, pero al menos sugiere que no le falta la mentalidad feudal.

La manera en que un partido procede en su juego interno debería ser el mejor índice para producir confianza y desconfianza entre los votantes. La pregunta es sencilla: ¿qué pueden esperar los españoles de gente que se comporta entre sí como se comportó la dirección socialista el sábado? Obviamente nada bueno. ¿Qué podría esperar de un partido que procede desde el ordeno y mando de Rajoy? Un ascenso, un chusco, o una comisión. En estas condiciones, que Dios nos asista. Ximo Puig, con su optimismo característico, habló de un Big Bang, pero su esperanza no es menor. Es difícil entender lo que quiso decir con esa expresión. Como metáfora realista funciona bien, pues el sábado contemplamos el gran caos cósmico. Pero la metáfora tiene aspectos que Puig no parece considerar. Desde el Big Bang hasta la formación de un orden tuvieron que pasar casi los mismos años que quizá hayan de transcurrir hasta que el PSOE tenga la cara lavada de este espectáculo. Distanciándose de los que hablan de coser, zurcir y recomponer la unidad, Puig por lo menos sabe que el PSOE tiene por delante un proceso de configuración cósmica. Supongo que en su fuero interno será un nietzscheano que cree en el eterno retorno. Yo sólo creo en el buen dios del tiempo y en su inexorable justicia.