Se pide el cuerpo escribir sobre las llamadas fiestas populares, pero escribir sobre ellas casi que significa escribir contra ellas, y eso me supone un pequeño trauma, y que me llamen aguafiestas, y agonías, y muchas cosas peores, todos los que aún no se han enterado que solo el mal tiempo puede aguar unas fiestas. Es un desahogo contra el que va a la contra. Porque nunca, jamás, ningún antifiesta que sería el calificativo correcto tiene poder para ello, puesto que con no hacernos puto caso, asunto concluido? Pero sí, me apetecería escribir sobre tales fiestas de los sanotes y aguerridos pueblos de aqueste reyno, sobre todas las siempre nobles y muy leales villas de la España mesetaria, montaraz o costera, que aún piensan, sueñan y creen que sus fiestas, patronales y benditas, populares y cainitas, siguen siendo el sol que los calienta y la sal que los alimenta?

Y quisiera escribir sobre cabras descalabradas desde campanarios altivos, de toros picados, alanceados, embolados, ensogados, despeñados, cegados, quemados vivos y torturados hasta la más soez y cruel saciedad? pero no me atrevo, y me da cosa, no sea que me acusen de traidor a la tradición. Que tal falta, Dios mío, es de gravedad manifiesta. O de ser un hipócrita, ñoño y tontiblando, que mira con asco esa barbarie, mientras se zampa un chuletón entre agradecidos eructos de bien sentar y mejor sentir? o que sea un antiespañol y antipatriota, enemigo de los valores señeros.

Me gustaría escribir algo sobre cómo un amable, gracioso y festivo grupo de personas, con mucho alcohol y algo más en las venas, en las tripas y en los sesos, con la capacidad pulmonar de un par de docenas de asnos, se apropia de cuanto espacio público le apetece, y anteponiendo su propio desbarre a cualquier otro derecho ajeno, y arrogándose la encarnación del espíritu de la fiesta, berrean, burrean y hacen cuanto le dicta su santa y real gana, pero, por otro lado, se me hace muy cuesta arriba, porque temo que me llamen dictador, tirano, y hasta antidemócrata, y eso sí que no, antidemócrata, no.

Me encantaría escribir un poquico sobre la intimidación a los débiles, a los más tímidos, a los ancianos, a los simplemente educados, sobre el abuso a las chicas, la violencia y las humillaciones que los borrachos y los chulos ejercen al amparo de toda fiesta santopatrónica, y que suelen ser silenciados, si no justificados, ante la jarana propiciatoria en la que la alegre muchachada se desfoga sanamente. Cosas de chicos, ya se sabe, la juventud? Pero no lo voy a hacer. Y no lo voy a hacer porque no quiero que me llamen reprimido, puritano, y puede que hasta mojigato sexual, si no algo peor?

Escribiría también sobre los atentados sonoros y visuales de mal o peor gusto, de charangas, verbenas, discomóviles o discofijos, y que las comisiones de festejos y Ayuntamientos consideran que a toda pastilla y a máximo volumen es sinónimo de apto para todos los públicos. Y sobre todo, ese binomio ruido igual a fiesta, que se impone porque sí, porque el concepto de que lo ruidoso, cutre y machacón tenga que oírse hasta el último confín del universo-pueblo, ahora significa cultura, cuando es todo lo contrario, pero me da apuro, no sea que me llamen snob, o elitista, o superio, o directamente gilipollas.

E igual quisiera escribir un algo sobre cómo muchos municipios con las arcas vacías, de cuentas ruinosas y desastrosa tesorería, que a duras penas si pueden mantener los servicios públicos más básicos y elementales, ningún año restan de sus gloriosas fiestas patronales un solo acto, un solo cohete, no sea que les canten que los mozos del pueblo, riau, riau, s'han cabreau? pero tampoco lo voy a hacer para que no me acusen de populista o demagogo o me sienta herido con un algo insultante.

Así que para que no me tachen de hipócrita, ni de sátrapa, ni de antipatriota, ni de elitista, ni de puritano, ni de demagogo, ni de represor ni reprimido? este año no voy a escribir sobre las fiestas, por mucho que me apetezca hacerlo. ¡Hala!

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