No fueron los barones sino los varones del campo murciano los que terminaron por desatar la tormenta perfecta. Nuestro Gobierno regional, siempre adelantado, ya señaló al PSOE como culpable de la sequía por no aprobar el trasvase del Ebro. Como si los años posteriores en los que ha estado inundado de azul Murcia, Madrid y Aragón sólo sirvieran para cercenar aún más el Tajo, elevando las reservas mínimas necesarias para enviar una gota a Murcia; y, como el Guadiana, utilizar el agua como arma de fuego. El día después, a esos rayos de nuestros mandatarios murcianos siguieron los truenos de los tractores y los alaridos de los agricultores.

Ante tal lluvia verde, que colapsó la capital, no faltaron comentarios entre las damas más acicaladas: la culpa es de Pedro Sánchez (sin Antonio de segundo nombre). Hay, incluso, quien le ha visto, durante estos días otoñales de sol y muchas sombras, pilotando la famosa avioneta que impide la lluvia. Como el valiente Barón Rojo no sólo lanza nitrato de plata para disolver las nubes sino que sufre el ataque de los suyos, que disparan a matarle con nitroglicerina. En plena tormenta desatada contra él por osar contravenir el orden establecido, se lleva los cañonazos a diestro y, ante todo, a siniestro. Como una mosca cojonera sobre la estatua viviente que representa el líder más popular, pensó que podía convertir el tsunami en primavera, la mierda que nos comemos por una tortilla acrobáticamente dada la vuelta.

Somos muchos los que, desde el suelo, casi el subsuelo en el que nos tienen sumidos, disparamos con tirachinas frente a los bombarderos, comandados por los prebostes del fuego enemigo y, ante todo, amigo. No falta la propaganda que inunda todo el país. Ahí está, como la patrulla Águila, dando quiebros y requiebros contra el destino y buscando el paraíso. Los milagros no existen, ciertamente, pero mientras tanto disfrutemos de la versión más heavy del Resistiré cantado y, ante todo, tocado por Barón Rojo; una banda mucho mejor de los que, a pesar de sus teóricas diferencias, bombardean al unísono, en comandita y sin vergüenza, cualquier atisbo de esperanza.