El pasado miércoles llovió en Murcia. Fue una lluvia frustrante, como a la que estamos acostumbrados por estos pagos. Apenas diez minutos de precipitaciones que sumaron al final poquísima agua, nada en comparación como tanta como necesitamos.

Sin embargo esos diez minutos fueron bien intensos de lluvia. En donde yo vivo, la calle principal, que tiene una pequeña pendiente, se convirtió por unos momentos en un bramante río torrencial. Los coches desalojábamos a nuestro paso litros y más litros de agua en tanto más de una bolsa de plástico de principio de la calle terminó alojada en algún matorral varios kilómetros abajo.

Yo soy bastante inútil para calcular el volumen de un agua en movimiento, y aun así me di cuenta de que en aquella escorrentía y a todo lo ancho de aquella larga calle se estaban moviendo una enorme cantidad de litros por segundo. Si supiera los litros que eran, y si supiera cuanto tiempo estuvo el fenómeno produciéndose (que eso sí lo hubiera podido saber con un simple cronómetro) hubiera podido decir aquí y ahora cuantos muchísimos litros de agua se hubieron de evacuar en tan pocos minutos de lluvia en aquella calle. No tengo ni idea de cuánta fue pero estoy convencido de que tuvo que ser una enorme cantidad de agua.

Imaginé entonces la suma de esa agua en bajada con la del agua que siguió el mismo proceso en tantas otras calles, cunetas, tejados con canalones y laderas desnudas. Y aunque no tengo comparativa, pensé que esa suma daría para beber y regar a la mitad del pueblo en varios meses. ¿Se podría hacer? Quizás siempre y de forma fácil, como pongo yo en este ejemplo simplista de la calle desbordada, pero por supuesto que se puede recolectar (cosechar, también le llaman) el agua caída de la lluvia. No otra cosa son los aljibes, ya tan anecdóticos y relegados a casas rurales sin otra infraestructura, que durante siglos fueron elementos indispensables para la vida cotidiana.

El legado de siglos en las técnicas de cosecha de agua, junto con la tecnificación y mejora de procesos de que ahora somos capaces, podrían aportar un interesante plus de agua disponible. Muchos científicos lo están estudiando como forma no sólo de tener más agua sino también como técnica de conservación del suelo y desarrollo de cultivos, pastizales y arbolado. Microcuencas, cosechas de aguas de inundación, sistemas de captación externa y otras técnicas, son ya bien conocidas en la literatura científica y están demostrando su utilidad productiva en muchas zonas áridas y semiáridas del planeta. Los israelíes en el desierto del Negev lo saben bien, y en otros tantos países africanos o de América del Sur hay numerosas experiencias que informan sobre la viabilidad del proceso.

Quiero decir que quizás por estos lares también podríamos decidirnos a investigar y planificar en detalle las posibilidades de las técnicas de cosecha de agua como otra opción más para esta región sedienta, doliente y que va a más seca por el cambio climático.