¿Cuántas vidas vivimos? Lo leí en un libro que estaba hojeando en la biblioteca y la frase se me quedó dando vueltas en la cabeza durante toda la tarde y hasta ahora que me pongo a escribir. «Dos, creen unos. Al menos una, piensan otros», continuaba el párrafo, que se alargaba para contar la historia de una mujer a quien el destino no concedió ni siquiera una vida. Pero ese es un caso excepcional y probablemente no sea cierto, ya que el olvido, la soledad o el fracaso como los que sufrió esa mujer también son una forma de vida. Así que el destino nos depara al menos una. Y mejor podríamos desear que fuera una como mucho, pues cada vida que añadimos solo se puede vivir robándole el tiempo a las otras. Pero me temo que tampoco es posible vivir una sola. Cada lugar en el que hemos vivido es una vida, como lo es el lugar donde deseamos vivir; también, los amigos que se fueron, el amor que se perdió, las cosas que ya no podemos ver, lo que dejamos atrás. Por eso, la pregunta sería no cuántas vidas vivimos, sino ¿qué queda de nosotros en ellas?

Esa tarde, en la biblioteca, aquella frase encontrada al azar me trajo el recuerdo de una amiga a quien acompañé durante una mudanza. Yo estaba invitado en su casa al final de su estancia en la ciudad donde había vivido los últimos años. Tras poner un anuncio en el periódico para vender los muebles, cada día aparecía un comprador que se llevaba algo. Primero, las lámparas, después las estanterías, las mesillas de noche, las camas o el sofá, de modo que la casa se iba vaciando poco a poco, como un árbol que pierde sus hojas. Al levantarnos por las mañanas o al llegar por las noches, la casa parecía más silenciosa y extraña. Mi impresión era que se deshacía perdiendo sus formas, como ocurre cuando despertamos de un sueño. Finalmente, un último comprador se llevó las sillas, las cortinas, las cazuelas y hasta la tabla de planchar. Entonces mi amiga empaquetó las pocas cosas que quería conservar, se sentó sobre una de las cajas y se quedó mirando por la ventana, en medio del salón vacío. De la misma forma que los objetos que más cerca están de nosotros absorben nuestra felicidad, su desaparición parecía desprender toda la tristeza del mundo.