No es que esto constituya ningún riesgo inminente, pero imaginad que os levantáis un día inundados de optimismo, alegría y fe en la humanidad. Un día como de anuncio de cereales de desayuno. A media mañana ya desconfía de vosotros media oficina, y hasta el vendedor de los cupones se queda revisando vuestro billete por si aca. Vamos, que demasiado optimismo. Que eso hay que bajarlo con urgencia. ¿Mi consejo infalible? Muy sencillo: que vayáis a San Google y tecleéis: «arquitectura hostil». Con las tres primeras imágenes ya os podéis despedir de vuestra fe en la humanidad: superficies con pinchos para evitar sentarse, paredes que impiden apoyarse, espacios diseñados para ahuyentar. ¿Qué clase de persona podría dedicarse a diseñar estas cosas? os preguntaréis. ¿Quién se levanta un día y decide inventarse un método para que nadie se acueste en un banco público? Bueno, un obvio anonimato protege a los arquitectos hostiles. Sus clientes, sin embargo, todos esos alcaldes y concejales con un punto sado, ahí están.

Ni que decir tiene que Murcia se ha convertido, tras las décadas de Cámara, en un catálogo de hostilidad. A la moda de las plazas planas, tan acogedoras en verano como una tabla de planchar, podemos sumar las talas de arbolado urbano, la pérdida de la mayoría de las fuentes, la sobredosis de terrazas, la ausencia de carriles bici o la retirada de las pérgolas. Y eso sin incluir los puentes de Calatrava, que uno nunca sabe si son así de molestos a posta o por simple cretinez. En todo caso, el objetivo es claro: hacer más inhóspita la ciudad a determinados grupos de ciudadanos: a los transeúntes, a los ciclistas, a los niños y a quienes no quieran o no puedan acceder a los espacios de pago.

Dos ejemplos me tocan especialmente la moral: el primero es esa extraña (y peligrosa) instalación de varillas de colores que impide a la gente sentarse en torno al arenero del Jardín de Floridablanca (donde, lo habéis adivinado, suelo pasar las tardes con mis churumbeles). El segundo, el solar de la escuela infantil de La Paz, el barrio en que me crié. Curiosamente, ambas actuaciones llevan la firma al pie de la actual consejera de Agricultura, Agua y Medio Ambiente, hasta el año pasado concejal en la capital. Sí, esa mujer que cree que si dices tres veces 'vertidos cero' delante del espejo se te aparece la Virgen de las Huertas y te libra de tener que dimitir. Bueno, de dimitir, de renunciar al aforamiento y hasta de tener que declarar como imputada por lo de la guardería, claro.

No solo vivimos en ciudades cada vez más hostiles, para los que no estén consumiendo, y más limpitas y despejaditas, desde la ventanilla del coche oficial. Nuestro espacio político refleja (o inspira) esa desigualdad. Todo está dispuesto para proteger de la Justicia a quien disponga del cargo adecuado, y para hacerla cada vez más inaccesible a quien no. La inmunidad de nuestro presidente tras pactar, presuntamente con los de la Púnica, un bochornoso (y carísimo) lavado de imagen en redes sociales contrasta con el paquete que te puede caer, en virtud de la Ley Mordaza, si eres un mindundi y cargas las tintas contra él, en esas mismas redes. Con el optimismo de un anuncio de cereales o sin él, éstas son batallas que tenemos que seguir luchando, aun desde el lado malo (o precisamente por eso) de esa clasista asimetría, tan del Partido Popular.