No es el título de una obra teatral de Toni Cantó, no, La izquierda dividida hace alusión tanto a las relaciones de desamor entre el PSOE y Podemos como a la ya evidenciada crisis interna de la formación morada por más que justificada de «sano, constructivo debate». Y no es una cuestión baladí ni coyuntural ni, desde luego, fruto de maniobras personalistas. La izquierda dividida es un clásico de la cartelera política, recurrente, lo es al menos desde que a mediados del siglo XIX toman carta de naturaleza las diversas teorías utópicas que dan respuesta a la degradación humana que estaba provocando la revolución industrial. Que nadie, pues, se rasgue las vestiduras por los tuits de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, La izquierda dividida es como un Shakespeare de la contemporaneidad.

Antes de las máquinas, a los movimientos que pretendían subvertir el orden social se les confunde con el milenarismo, y buena parte de los mismos serán de cariz religioso, mayormente herejías, de la que no estuvo exento el propio luteranismo „véase el fanatismo de Oliver Cromwell, el primero en decapitar a un rey en plaza pública„, como así lo convino en reconocer el mismísimo Federico Engels, adinerado colega que hizo posible la estancia intelectual de Carlos Marx en Londres mientras éste daba a luz sus teorías políticas para un regreso al estadio feliz de la comunidad primigenia.

Y fue en Londres, precisamente, donde arrancó la historia de la izquierda reciente, con la llamada Primera Internacional y la presencia allí de los propios Engels y Marx. Aquellas nuevas utopías arrancaron en un clima de gran confraternidad, diluído el recuerdo de los años de terror que siguieron a la primera Revolución Francesa. Marx, de hecho, no solo vio en el golpe de Napoleón Bonaparte la culminación del proceso revolucionario sino que se involucraría defendiendo los acontecimientos de la Comuna de París. Pero para entonces ya se había producido el primer gran divorcio: comunistas por un lado, anarquistas con Bakunin a la cabeza por el otro.

Puede que sea ese carácter prometeico de la utopía lo que confiere al socialismo, tanto como al cristianismo, su casi innata condición escisionista. El cristianismo no paró de generar sectas durante toda la Edad Media y hasta bien entrado el siglo de las luces; el socialismo no ha dejado de escindirse en movimientos y partidos desde aquellos tiempos de la Primera Internacional hasta nuestros días de populismo y rosas. A la Primera, ya saben, siguió la Segunda, que separó a socialdemócratas de comunistas, y luego la Tercera, al servicio directo del nuevo orden soviético...

La toma del poder en Rusia vino precedida de un violento enfrentamiento entre mencheviques y bolcheviques, es decir, socialdemócratas moderados y comunistas radicales, y ya con mando en plaza la historia de los soviets rusos fue un carrusel de «putsch» y purgas. Bujarin, Zinóviev o Kámenev, entre otros, fueron fusilados por moderados... a Trotsky, por antiburócrata, le abrieron la cabeza con un piolet. Escuso contarles los episodios de edificante izquierdismo durante la II República española y la Guerra Civil, o los de la China maoísta y hasta los de la Cuba castrista...

No pretendo abrumarles ni hacer un catálogo de episodios traumáticos de la revolución más que sabidos. Podríamos buscarle las flaquezas a cualquier ideología, incluso puede que con más motivo que a la causa socialista, a la que, desde luego, no es posible reprocharle la buena fe de sus principios ni la ética de sus valores. Lo decisivo, en mi opinión, es hacer visible el amplio universo que conforma la izquierda en nuestros días más recientes, cuyas seculares divisiones marcan el compás de la historia contemporánea y que, a día de hoy, juegan todavía en esta España confusa un papel decisivo y, posiblemente, sin remedio ni soluciones para el desgobierno nacional.

El actual mapa político español anda bloqueado por mor del magma en el que se ha sumido la izquierda, a cuyas razones más simbólicas y ancestrales se aferra el nuevo movimiento de Podemos que recupera el canto de la Internacional, el puño en alto y hasta la estaca antifranquista. Un nuevo movimiento, pues, que se basa en la añoranza y, por lo tanto, en la reivindicación de la correcta vía, descartando los componentes pactistas y moderados de la histórica socialdemocracia, la que aquí representa el PSOE.

Podemos „en especial su telegénico líder Pablo Iglesias„ ha manifestado todos los matices entre el amor y el odio al viejo PSOE, del que toma hasta el nombre y apellido de pila de su histórico fundador como un gesto más de reivindicación de su pureza frente al revisionismo, del ´enriquecido´ Felipe González y de otros muchos. Y cuando no es posible el enfrentamiento con aquél, por pura necesidad táctica, le estalla la crisis interna que es de la misma naturaleza: pragmáticos moderados „errejonistas„ contra guardianes de las esencias „iglesistas„. El eterno retorno de la misma batalla ideológica de siempre.

En el seno del PSOE los problemas adquieren otro cariz. Como buenos socialdemócratas están dispuestos a la evolución política y al intercambio de ideas, puede incluso que algunos desvelen que sus idearios son los que impregnan ahora buena parte de los valores somatizados por cualquier democracia que se precie, desde el respeto a la economía libre y la propiedad a la prioridad de la redistribución de la riqueza, la minoración de las desigualdades y la fiscalidad progresiva... principios que hasta las políticas conservadoras han hecho suyos. Pero ese discurso pragmatista no ha sido convenientemente teorizado y reivindicado. De tal suerte que el PSOE es un partido actualmente asfixiado por su incapacidad para plasmar su propio relato, avinagrado por sus supuestas concesiones, con una militancia anclada en la escenografía más clásica -también cantan todavía la Internacional-, y en permanente discusión sobre si fracasan o no por ser más de derechas o de izquierdas, todo lo cual, además, contribuye a la otra empanada política española, la del nacionalismo. Pero esa es harina de otro costal.