El comisario europeo de Asuntos Económicos, el húngaro Pierre Moscovici, declaró recientemente que una multa de la UE por no cumplir los objetivos fiscales habría humillado los sentimientos europeístas en España. Permítame que lo dude, señor comisario, porque eso demuestra que la UE no es más que una logia de oligarcas dispuestos a concederse un mulligan (un golpe de gracia que, en golf, se suelen conceder los amigos para perdonar un nefasto golpe de salida).

Sin duda, el Derecho Internacional Público todavía tiene que ganarse el respeto de las demás disciplinas jurídicas, porque la norma debe observar el requisito de la coercibilidad, el respaldo de la fuerza para hacerla cumplir. El precepto religioso se cumple por obediencia, por amor o por temor sagrado. El imperativo moral se cumple por tradición, por educación o por convicción. La ley se cumple por civismo, porque Sócrates es un ciudadano, pero, sobre todo, porque el Estado la respalda. Ultima ratio regis era la leyenda grabada desde la fundición en el alma de los cañones del ejército del rey Sol. Teniendo en cuenta que fue el paradigma del absolutismo, decir último argumento del rey es decir la ley en la Francia del XVII

Nuestra democracia, más propia de la urbe que de la polis, es hija de la Ilustración. Por ello, contiene un principio de racionalidad que no pasó desapercibido a Max Weber en su taxonomía de los regímenes políticos. La legitimación del poder en la lógica de un sufragio ciudadano es la clave de arco sobre la que descansan todos los vectores y fuerzas del sistema político. Pero ello no impide que otros pilares y contrafuertes, deriven hacia el suelo el peso de una estructura colosal. Entre esos apoyos, el principio de legalidad del derecho sancionador se eleva cual arbotante gótico y, por ende, estilizado, rematado con aladas gárgolas. El Estado de Derecho significa el imperio de la ley, dura lex sed lex, cuya justificación está en la racionalidad y justicia del precepto.

La decisión de la Comisión Europea, compuesta por miembros designados, que no elegidos, parece una concesión propia de la clemencia del monarca o la piedad del tirano. El comisario nos explica que la medida hubo de defenderse ante los halcones partidarios de la sanción, entre los que no se encontraba Schäuble, el ministro alemán de Finanzas. Tal vez se haya convertido en paloma aquel fustigador de griegos, martillo de Syriza, aviso de ´podemitas´. Pero el argumento de la credibilidad y defensa del europeísmo resulta falaz si se asienta sobre la exención de la punibilidad no prevista en la ley, sino alcanzada con el indulto. Esta es la Europa que queremos construir, ¡oh, poderoso Zeus que, convertido en toro, la raptaste a tu grupa! Sí, el padre de los dioses, portador del rayo, de la luz y del ius, ordena clemencia. La que no tuvo con Prometeo. La que Merkel le negó a Grecia. ¡Voto a Zeus! Si la sanción era arbitraria, el perdón lo es aún más.

El comisario da más pistas sobre la decisión: está condicionada a que España cumpla el objetivo del déficit en el 2017, para lo que tendrá que seguir aplicando una política de recortes, incremento del IVA y supresión de fondos y ayudas estructurales. ¡Ah! En las consideraciones del comisario europeo se entrevén las disquisiciones de lege ferenda „la ley deseable„ sobre los principios de la pena: la dureza de la retributiva, la educativa de la prevención general, la paliativa de la prevención específica que tiene su expresión más depurada en la reinserción social. Y ahí está la remisión condicional: si España no cumple, las sanciones serán aún más duras. La coacción es la amenaza de un mal que de producirse, constituiría un delito. Pero la ley no coacciona, la sanción prevista es consecuencia jurídica, dura lex. Por ello, el perdón de la Comisión es dudoso, como el juez omnipotente que tiene dudas de hecho y de derecho y las expresa en su propio fallo. Lo dicho, un club de lectura. Empero, la amenaza de la sanción futura o la de no constituir Gobierno antes de fin de año, esgrimida como ultima ratio por Rajoy, parece más la de Scarface, sin la imagen de Edward G. Robinson.

L´etat suis moi era el lema atribuido a Luis XIV, de manera que la voluntad real se convertía también en ley promulgada, aplicable al pueblo súbdito, que no ciudadano. Si es esa la Europa que queremos construir, tal vez habrá que revisar los postulados del Estado de Derecho.

Ítem más, convendría ir revisando normas que probablemente sean más arbitrarias que justas. Cuando Solbes era comisario, sus postulados no sonaban a rapsodia húngara de Liszt / Moscovici. Intentó sancionar a Alemania y Francia por los incumplimientos de la norma sobre el déficit, hasta que alguien le explicó el significado de aquella locución francesa: La UE somos nosotros.

La clemencia es el privilegio de los poderosos. Bien porque la misericordia sea una gracia del monarca, bien porque tenga la inteligencia del supremo estadista. Julio César la tuvo con Bruto después de la II Guerra Civil. El perdón al enemigo tenía el sentido teleológico de la reconciliación, a semejanza del espíritu de nuestra Transición. Había acabado el tiempo del revanchismo. Si en el caso de Cayo Julio, la victoria se obtuvo manu militari, en nuestra democracia fue una decisión política de todo un pueblo soberano, gobernado por líderes que tenían una idea clara del nuevo Estado, de sus pilares y fundamentos. Si la del romano era una decisión personal, el referéndum de nuestra Constitución fue la de una nación incipiente.

El sentido de la exención en el caso de la Comisión de la UE es una palmada en el hombro al alumno torpe que descuida los deberes, un aprobado benevolente. ¿Es esa la Europa que queremos construir? Deberíamos empezar por establecer leyes no arbitrarias, tal vez flexibles en función de criterios políticos de gobernanza respetuosos con las competencias de los ejecutivos nacionales. Bruto obró también con un sentido de Estado para justificar un magnicidio en aras de la República; criterio tan subjetivo como el del clemente Julio.

Pero si queremos que la UE se asemeje a un Estado bajo el imperio de la ley, tal vez debiéramos desterrar los márgenes de discrecionalidad, ya sean individuales, ya de órganos colegiados dudosamente democráticos. La frase que sí dijo Luis XIV fue «el bien del Estado constituye la gloria del Rey», pero los césares de esta Europa no tienen ninguna gloria.