Mi amigo tiene unos zapatos que sólo se los pone en las bodas. Son italianos, de diseño y le costaron una fortuna€ lo que no impide que le hagan un daño terrible cada vez que los calza. El otro día, se los volvió a anudar para la boda de un amigo común. En el banquete, coincidimos en la misma mesa y, a veces, el roce en los callos le hacía mirar al cielo con los ojos en blanco, como si fuese una Dolorosa. ¡Son un par de veces al año y tengo que amortizarlos!, me contesta cada vez que le digo que los deseche de una vez. Es buena persona y tampoco quiere donarlos a Cáritas, porque ´no quiere joderle los pies a ningún pobre´. Mi amigo confiesa que empieza a tener un problema: desde que se compró esos zapatos, cada vez que escucha la palabra matrimonio siente pinchazos en los pies.