No pretendo remedar al gran poeta Fray Luis de León, que fue el primero que, al parecer, utilizó lo de «decíamos ayer» para resumir las lecciones impartidas en la clase anterior, o a Miguel de Unamuno que, cuatro siglos más tarde, utilizo la misma expresión al reincorporarse a sus clases de la Universidad, después de un tiempo alejado de ellas. No, estoy muy lejos de esos genios de las letras y del pensamiento, pero no se me ocurre otra cosa el incorporarme de nuevo a esta sección porque les dejé descansar desde julio y viendo como está el patio de la política parece que fue ayer. En este tiempo nada ha cambiado para mejor, si acaso para enmarañar más el panorama político y social de este país. Y es que la vorágine en la que se encuentra la política española tiene influencia directa en la sociedad, en como se desarrolla ésta porque, aunque muchos se empeñen en decir que a ellos ni les va ni les viene, lo cierto es que a cualquier ciudadano le va y le viene mucho este sinvivir en el que estamos: nos incorporamos con el mismo empantanamiento de la formación-no formación, de un Gobierno, con los mismos mensajes equívocos y no esclarecedores sobre la forma de hacerlo y con la misma sensación de puro hartazgo con la que nos fuimos.

Y aquí estamos, en plena campaña electoral vasca y gallega, donde al parecer los políticos han puesto todas sus complacencias a ver si suena el voto fiel y no les ponen al borde de un ataque de nervios: oyendo los mismos mensajes del mes de julio, descubriendo las mismas trampas del mes de julio, y percibiendo la desconfianza, entre unos y otros como en el mes de julio.

No, parece que no ha pasado el tiempo, o sí, pero para peor, porque las divisiones internas de los partidos se acrecentaron en este tiempo en eso, Podemos está demostrando que pertenece a la 'vieja política', el PP deja ver sus heridas con los mensajes enfrentados sobre Rita Barberá, entre los nuevos y menos nuevos dirigentes, y el PSOE parece olvidar que, a lo largo de los años, lo que distinguió a esa formación política de otras es el sentido crítico de sus militantes, a lo que un partido de izquierdas no debe renunciar: creerse en posesión de la verdad no es democrático.

Por otra parte, y por si faltaba algo, un vocal del Consejo General del Poder Judicial, el juez Fernando Grande Marlaska deja al personal atónico al poner en cuestión la independencia de un colega suyo, el magistrado Conde Pumpido, sembrando la duda sobre la idoneidad de esta juez para juzgar un caso y es que Marlaska, la semana pasada, en un programa de radio, manifestó que no quería hablar sobre la designación de Conde Pumpido como instructor del caso Barberá «para no generar desconfianza». Sí, un vocal del CGPJ se permite poner en cuestión la obligada imparcialidad de un colega, provocando la intervención de Jueces para la Democracia, que hizo público un comunicado en el que señalaba que «Marlaska ha incumplido gravemente los deberes del cargo de vocal del CGPJ, pues su obligación es precisamente defender la independencia e imparcialidad de los miembros de la carrera judicial».

Ya ven, estamos en un país tan agitado que los que han de dar ejemplo de mesura y de templanza pierden ambas cualidades, y otras más, para convertirse en provocadores de titulares, al calor del halago periodístico, y es que estas declaraciones se producían en el transcurso de una entrevista de promoción del libro que ha escrito Marlaska, Ni pena ni miedo.

Pues a mí sí me da pena que estas cosas ocurran y miedo de estar en manos de tanto irresponsable, sobre todo cuando algunos que actúan así deberían estar obligados a mostrar una especial responsabilidad.