Siempre que lo veo por televisión, rápidamente cambio de canal. Es un personaje que con su sola imagen en la caja tonta me pone de mal humor. Creo recordar que pocas veces he visto a este as del fútbol contento, feliz y relajado. Por el contrario, sus apariciones públicas con frecuencia son desagradables e incómodas y dejan un regusto amargo en la retina del espectador.

En su situación cualquier hombre y mujer se sentiría agradecido y afortunado por haber alcanzado en esta vida y en plena juventud los éxitos soñados. No todo el mundo, por mucho que trabaje y se esfuerce, consigue vivir de un trabajo que se le da bien y además le apasiona.

Cristiano Ronaldo es uno de esos afortunados que ha conseguido en apariencia, pero no en esencia, todo aquello con lo que siempre había fantaseado. Está considerado el mejor y más completo futbolista y goleador del mundo, ha batido todos los récords, recibe elogios de las personalidades más influyentes y de destacadas figuras mediáticas que como poco lo consideran fantástico entre todas las virtudes que se le atribuyen, y cuenta además con una familia unida que lo quiere y admira, un físico y un atractivo espléndidos y un patrimonio no menos espectacular y envidiable.

Sin embargo, y pese a todas las bondades que acabo de relatar entre las que seguro dejo varias en el tintero, a mí me parece un hombre triste y gris, amargado y frustrado y eternamente cabreado.

Supongo que muchos se cambiarían por él con los ojos cerrados y pensarán que tengo un juicio equivocado acerca de la vida interna, intuyo patas arriba, de este prodigio del balón, pero me atrevería a apostar y ganaría a que él no está contento con su maravillosa vida, simple y sencillamente porque a pesar de todo y más no es un hombre feliz.

No sé si será porque con su sueldo de 32 millones de euros anuales no ha podido comprar aquello que realmente anhelaba y esperaba: una posición o categoría social que desde niño intuyó como la clave de la felicidad. Lamentablemente, como muchos erró en ese tiro puesto que ciertas cosas como la pertenencia a un determinado estrato social y una conformidad con la vida que nos ha tocado vivir no están determinados en ningún caso por los ceros de la cuenta corriente sino por algo tan arbitrario e injusto como nacer en una cuna y no en la otra.

Conozco a personas cercanas que a pesar de tener todo tipo de lujos y comodidades y disfrutar de una vida en la que la desgracia es algo ajeno y se conoce poco y mal por las experiencias de otros, viven en el mismo estado de enfado, envidia, ira y confusión que la súperestrella del Madrid. Es inquietante reconocer que nunca nada será suficiente para ellos por mucho que tengan.

Desdicha lógica y totalmente comprensible cuando se descubre que este tipo de personas necesitan una admiración y afirmación excesiva por parte de los demás e interiormente se consideran equivocadamente de una grandeza y habilidad superior a la de los que les rodean. Es una pena que estos sujetos 'afortunados' no tengan alrededor amigos y familiares sinceros y sanos que les recuerden que la imagen y el dinero procuran bienestar y comodidad, pero que sentirse pleno queda muy lejos de ser el más guapo, el más listo y el más admirado de la clase. La felicidad es otra cosa de la que pueden disfrutar aquellos que conocieron la infelicidad y han aprendido con el paso del tiempo que la satisfacción va de la mano de las cosas pequeñas, cotidianas e insignificantes del día a día.

Una emoción que se produce dentro de la persona cuando además de conseguir las metas deseadas, sin necesidad de que éstas sean grandes y difíciles, no desea para sí con tristeza y enfado algo que otra posee porque teniendo lo que tiene se siente satisfecho y conforme y a pesar de las circunstancias, por muy malas que éstas puedan presentarse a veces, nunca ha sentido la necesidad de cambiarse por nadie y correr el riesgo de vivir una vida equivocada.