En la Roma Imperial, cuando un general llegaba victorioso y se le recibía en honor de multitudes, a su lado siempre había un esclavo que le susurraba al oído: «Recuerda que eres mortal». Lo hacía, claro, para que el éxito no se le subiera a la cabeza. Para que tuviese presente que la gloria, como la belleza y a veces incluso como el amor, tiene un carácter efímero. Que esto también pasará. «Y qué». Ojalá alguno de esos generales glorificados se hubiese girado ante el esclavo y contestado a la cara eso, «y qué». Y qué si soy mortal. Y qué, agorero, pesimista rancio, racional estúpido, y qué. Ya me acordaré cuando sea menester, si es que es menester. Deja de estropear momentos maravillosos por la pura conjetura, imaginación o miedo de que dejen de ser eso, maravillosos. Recuerda que eres mortal. Pero que eso no te impida disfrutar de los placeres que otorga, precisamente, la mortalidad, la cualidad de finita de la vida. Recuerda que eres mortal. Y qué bendición. Imagina lo contrario. Imagina tener todo el tiempo del mundo y aburrirte de este. Recuerda que eres mortal. Gracias a los dioses.