Reconozco que no fui un niño demasiado intrépido a la hora de subir a las atracciones de feria. Siempre alegaba una excusa creíble ante mis amigos para no acompañarles a montar en La Masa, el sombrero mejicano, la montaña rusa e, incluso, la noria. Así que, además de en las casetas de tiro, me divertía en el tren de la bruja, en los coches de choque y, sobre todo, en el Zigzag. Aquella atracción era mi favorita y la más peligrosa de todas en las que subía, y aunque no lo crean, vivía unos minutos de mucha tensión en ella. Una atracción que año tras año, sin falta, acudía por septiembre a las fiestas de mi pueblo. Pues bien, ayer eché un vistazo de lejos al recinto ferial y descubrí que el Zigzag sigue viniendo. Pero la sorpresa fue mayor cuando me di cuenta de que es el mismo aparato de mi infancia. Más de cuarenta años y funcionando? ¡Qué bueno le ha salido al dueño el cachivache! Joer, me dio tanto gusto verlo que estoy por convocar una quedada de ´intrépidos´ en el viejo Zigzag.