Ayer estuve en la fiesta de cumpleaños de un niño. Aquello estaba a rebosar de padres jóvenes, de apenas treinta y pocos años. En un momento dado, me di cuenta de que al menos cinco de los enanos que correteaban por allí tenían el pelo de color rubio platino, lo que contrastaba con los de sus presuntos progenitores, que eran todos más morenos que los testículos de Gómez. Con el descaro que da la confianza, me dirigí al corro donde estaba los papás y dije: «No es por ofender, pero da la impresión de que esta caterva de rubiales son hijos de un mismo padre». Todos rieron la observación y una de las mamás añadió: «Eso son casualidades; al igual, de que todas nosotras asistamos al mismo gimnasio». Como soy fisgón por naturaleza, esta semana me he propuesto visitar el famoso gimnasio y echar un vistazo al cachas del monitor, a ver qué color de pelo tiene.