Las últimas elecciones generales realizadas en nuestro país (aquellas que hubo que repetir por falta de acuerdo entre los distintos partidos políticos para formar Gobierno), arrojaron un resultado claro: el Partido Popular aumentaba sus escaños con respecto a las elecciones anteriores en 14 y en unos 7000.000 votos mientras que el Partido Socialista bajaba cinco escaños y perdía unos 100.000 votos.

A pesar de esos resultados, algunos políticos y sus fanáticos voceros siguieron afirmando que España había votado un cambio. Un cambio progresista, para ser más exactos. Incluso algún iluminado, tras la votación de investidura realizada la semana pasada en la que el PP no lograba la mayoría suficiente, escribía para las redes sociales que España había votado ´no´ a Rajoy, olvidando que en las elecciones generales no se vota a quien no se quiere como presidente, sino a quien se quiere como presidente y, en ese sentido, Rajoy fue sin duda el más votado, nos guste más o nos guste menos.

Al margen de nuestra particular ideología, de nuestro voto y de nuestro deseo u opinión, lo innegable es que los españoles han votado mayoritariamente al Partido Popular. Puede que a muchos nos resulte alarmante que un partido que está plagado de casos de corrupción y que ha realizado recortes económicos tan drásticos sea el más votado en un país, pero eso no invalida el resultado ni la realidad. Al contrario de lo que señalan algunos de manera absolutamente demagógica, los votos conseguidos por el resto de partidos no suman en contra del Partido Popular; en las elecciones no se vota en contra, se vota a favor. Además, hablar de un cambio progresista en nuestro país teniendo en cuenta esa hipotética suma cuando por medio están partidos nacionalistas e independentistas „que son cercanos ideológicamente a la extrema derecha„, es demasiado decir. Sin embargo, ese ha sido un error típico e histórico del principal partido de izquierdas de nuestro país, el PSOE; creer que los contrarios al Partido Popular son amigos suyos, lo cual le ha llevado muchas veces a perder la identidad nacional y a poner a España al borde de la ruptura autonómica.

Seguramente, los españoles tendremos que ir finalmente a unas vergonzosas terceras elecciones. Para nuestra desgracia, la categoría de nuestros políticos actuales no se parece en nada a los políticos que condujeron a España por la transición. Ni siquiera en su capacidad democrática, por mucho que luego algunos vayan de abanderados. No puedo imaginar lo difícil que debió resultarle a Carrillo llegar a un acuerdo con Fraga, y viceversa. Seguramente, a ambos les separaba mucho más de lo que separa a Sánchez de Rajoy.

Parece que en nuestro país tenemos un serio problema con aceptar los resultados cuando son contrarios a nuestros deseos e intereses. En Cataluña, por ejemplo, los partidos nacionalistas convocan unas elecciones esperando conseguir un resultado favorable y, de no conseguirlo, vuelven a hacer campaña y a convocar unas nuevas elecciones hasta conseguir lo que quieren. Ahora el PSOE está en una situación parecida; buscan acuerdos extremos o unas nuevas elecciones para conseguir gobernar a toda costa, caiga quien caiga. Una muestra evidente de que la política y la democracia de nuestro país está seriamente dañada.