Todos salieron corriendo a la campaña electoral. Unos a Galicia y otros hacia el País Vasco. En realidad, más que una sesión de investidura, lo que hemos visto es el primer acto de las elecciones regionales de septiembre. En estas condiciones, era lógico que la cara de Rajoy fuera un poema. No acababa de entender dónde se había metido. A la salida, C´s se apresuró a decir que el acuerdo con el PP había caducado. En realidad, ¿qué tenía que perder Rivera, cuando ni en Galicia ni en el País Vasco los de Ciudadanos se juegan nada?

Eso es lo que presiona de verdad y por eso ha sido todo tan terrible, tan a cara de perro, tan mediocre, tan sobreactuado (sobre todo el señor Esteban, del PNV, que supo combinar lo crudo de las formas con la rebaja evidente de las condiciones para un futuro pacto). Solo hubo un momento intenso. Fue el discurso de Tardá del miércoles, solemne y sincero. Fue el instante en que la campaña electoral se transformó en política de altura. Si hay elecciones en Cataluña, cosa que no sabemos, los votos de la CUP están en el aire, y ERC y Catalunya en Comú van a intentar llevárselos a su molino. En realidad, todo se juega allí y no habrá manera de salir de la situación sin pactar algún referéndum. Es el frente de batalla verdadero y por eso agudiza los ingenios. El mejor discurso de ese día, tras el de Tardá, fue el de Xavier Doménech, un talento político sobrio, directo y eficaz.

Ese fue el único momento en que el silencio del Congreso se acercó a la solemnidad de las grandes ocasiones de la historia. Cuando acabó Tardá, sentí una profunda impresión. Deseaba como español que no tuviera tanta razón, pero cuando vi que bastantes diputados aplaudían su impecable discurso, quise creer que España todavía tiene arreglo. Esos diputados que le aplaudieron salvaron el honor de España esa tarde. Todo desapareció cuando vi subir a Rajoy a la tribuna. Tras su discurso, tuve la seguridad de que Rajoy no es el hombre de la situación. Por supuesto, si sigue en el centro de la misma es sencillamente porque no hay un juez con las agallas suficientes para llamarlo a declarar acerca de lo que sabe sobre Bárcenas o sobre la destrucción de pruebas en la imputación por la caja B del partido que preside, destrucción y pagos del que es máximo responsable. Pero no es el hombre de la situación no porque haya presidido su partido en el momento de su máxima corrupción sistémica; no lo es porque no sabe qué hacer respecto del problema catalán. Que no tuviera que decir otra palabra que ´legalidad´, demuestra que es más bien un administrativo que un político.

Por mucho que todos hagan del bloqueo político un asunto personal, no lo es. En realidad, no ganaremos nada si Rajoy es sustituido, como apenas aprecio la ventaja de que se marche Sánchez. Se trata de la empresa. Un partido político no es una organización caritativa o patriótica. Es una empresa capitalista. Sus dividendos son sus votos y los gana, como cualquier empresa política, en el mercado electoral. ¿De verdad pediría alguien a una empresa, como Repsol o Telefónica, que arriesgase por patriotismo una posición de mercado? Lo menos que puede pedirse a quien analice el sistema político contemporáneo es que conozca las reglas. Unas terceras elecciones son como un nuevo día de Bolsa. La misma lógica del capitalismo que nos gobierna rige en el sistema político, y apenas tendría sentido que fuéramos tan obedientes a la lógica del capitalismo en todos los demás ámbitos de la vida y no en el de la esfera política.

Todos quieren ver cómo se reparte el pastel una vez que han puesto nervioso al rival. Todos, excepto el que sabe que va a perder, Ciudadanos, porque está en una situación imposible. Pues C´s, que aspira a ocupar el centro en todo, está en una posición extrema respecto de la coordenada autonómica. Si hubiera puesto énfasis y constancia en algunas tibias declaraciones federales, habría tenido oportunidad para colocarse también en este terreno en el centro. Pero sus amenazas al PNV y su voluntad de no ser acusado de favorecer a Cataluña en un escenario federal, lo han colocado en un extremo respecto del problema central del Estado. Nadie puede colocarse en el centro del tablero sin tener una solución centrista sobre Cataluña. Al final, Ciudadanos no sirve para suturar una fractura de país que no es el limpio corte entre derechas e izquierdas. Somos un país cuarteado por múltiples fisuras, como un campo reseco. Que C´s esté del lado de las fuerzas de cambio en casi todo, pero con la reacción del PP en el asunto del federalismo español, le impide propiciar una salida al bloqueo. Pero su electorado se fijó en él justo por su resistencia a la forma dominante de comprender la nación catalana. Así que tampoco quiere perder su mercado. Su tragedia es que no podrá retenerlo por mucho tiempo con un PP entero; los suyos son mercados con querencias convergentes y por eso las empresas son rivales.

Una buena jugada de Bolsa se parece mucho a una partida de póker. Eso es lo que tenemos ahora y estamos a mitad, sin ver las cartas, y todos se presionan para que los demás digan si las ven o si se van. Todos arriesgan muchas fichas en la jornada de las elecciones autonómicas de septiembre. Pero no sabemos si se irán a casa tras ella, con ganadores y perdedores, o si pedirán cartas nuevas para verlas en Navidad, ya con todo el capital en juego sobre la mesa. Eso todavía no lo saben ellos ni lo sabemos nosotros. Pero si el PP pierde en Galicia su mayoría absoluta y se formara un Gobierno de coalición entre el PSG y En Marea, Rajoy tendría muy difícil mantener la serenidad en octubre. Las voces que piden su cabeza aumentarían, empezando por el mismo Núñez Feijoo seguido de Cristina Cifuentes, porque habrían perdido algo sustantivo frente al puñado de monaguillos de la cohorte de Rajoy, que no se juegan nada en el mercado electoral. En el País Vasco el PP ya ha procurado poner como candidato a un santo varón, que no levantará la voz pase lo que pase y que entregará sus votos a Urkullu sin rechistar. ¿Pero qué pasaría si el PP fuera irrelevante en el País Vasco? Sencillamente, que los mismos barones del PSOE que han presionado a Sánchez para que pacte con Rajoy, exigirían que se pactase con Podemos, como en Zaragoza, Extremadura o La Mancha.

Así que describamos la partida de póker guardando las reglas. Se han visto dos manos. Pero el grueso del capital sigue todavía en las de cada jugador. Da igual quienes sean las personas que lleven la empresa. La lógica rige el juego. Lo que no debemos pensar es en una abstención del PSOE que haga presidente a Rajoy. Eso es arriesgar muchas fichas, cuando Sánchez cree que puede aspirar a desplumar a Iglesias en la siguiente mano. Eso ata los pactos de gobierno entre PSOE y Podemos en todos los sitios. Pero si el PP pierde Galicia, el montón de fichas de Rajoy habrá disminuido de forma importante, pues ¿de qué sirve alguien que gana, pero que no sólo no gobierna sino que hace perder a lo suyos? Entonces Rajoy tendrá que irse. Ahora bien, si el PP gana en Galicia y hace lehendakari a Urkullu, entonces Rajoy levanta la mesa en octubre. Contaría con 175 síes, y alguien se abstendría. Al tiempo.