Cada despertar de este 7 de septiembre desde hace 25 años se me forma de nuevo un nudo en la garganta que soy incapaz de desanudar durante todo el día. Aquella jornada del año 1991 perdíamos a nuestro querido Celso en un trágico accidente de tráfico. Se fue, en un instante de sinsentido, un chaval que desprendía alegría por todos sus poros, con ganas de vivir y de hacerlo siempre acompañado de los suyos. Fue un durísimo mazazo para nosotros, sus amigos, pero sobre todo para su hermana y sus padres. Ninguno, creo, hemos sabido repararnos del todo de esa pérdida, pero hemos aprendido a llevarlo con la nostalgia de su figura indeleble y de su bondad infinita. No creas, Celso, amigo mío, que no he pensado mil y una veces, cómo sería tu vida ahora; dónde andarías metido o cuál sería la relación que mantendríamos y que el maldito destino nos arrebató. Muchos somos los que pensamos que la vida es demasiado injusta por momentos. Contigo y con los que te seguimos queriendo lo fue, pero que sepas, allá donde estés, que no hemos dejado de acordarnos de ti nunca.