El discurso de Rajoy en el Parlamento el pasado martes no fue de investidura. Se trató de una intervención plana y displicente hacia el resto de fuerzas políticas, incluyendo a sus socios de Ciudadanos. No mostró entusiasmo alguno respecto del pacto con este partido (algo que le fue reprochado por portavoces de Rivera), y se limitó a mandar los dos mensajes que el PP viene lanzando en los últimos tiempos y que tan buenos réditos electorales le reporta. El primero de ellos es ´yo o el caos´; y el segundo, que no existe alternativa a un Gobierno del PP. En suma, miedo y fatalismo elevados a la categoría de ideología política como ingredientes a inocular en las conciencias de la gente en la perspectiva de unas (otra vez) elecciones próximas. Se trató, por consiguiente, del primer mitin (atemperado por el escenario en que se desarrollaba) de esta tercera fase de aquella campaña electoral que empezó en diciembre de 2015.

Porque lo cierto es que el PP, desde el 26 J, trabaja por una segunda repetición de comicios, terceras votaciones. Su actitud indolente y pasiva desde el día siguiente al voto veraniego, su planteamiento de que o se acepta a Rajoy al frente del gobierno o la gente tendrá que volver a votar en Navidad, el desdén con que ha firmado el pacto con Ciudadanos y la escasísima reivindicación que hace del mismo a pesar de que Rivera y los suyos no han hecho otra cosa que pasar por el aro que les ha puesto el presidente en funciones (sobre todo en lo tocante a la corrupción), ponen de manifiesto que los populares piensan que se podrían acercar a la mayoría absoluta si la gente acude a los colegios electorales (la que acuda) tras la cena de Nochebuena.

Por parte del PSOE, la dirección afín a Pedro Sánchez también muestra querencia por una reedición electoral. No hay otra explicación racional y lógica a su triple negativa a Rajoy, a Unidos Podemos (más nacionalistas) y a nuevas elecciones. Si la firmeza frente a Rajoy es sincera (que parece serlo), y nadie del partido se plantea una alianza con su izquierda, que rechaza con la misma vehemencia que con respecto al PP, sólo queda volver a las urnas. Creo que ese sector del PSOE piensa que la repetición electoral le reportaría un incremento de la magra ventaja que ahora tiene sobre Unidos Podemos, máxima preocupación en estos momentos para una dirección federal que ha vinculado su supervivencia al alejamiento del peligro de sorpasso. Porque además, en la historia reciente del PSOE no ha habido problema para llegar a acuerdos de gobierno con la izquierda y los nacionalistas. Efectivamente, Zapatero, en 2004 gobernó con el apoyo expreso de IU y ERC más la abstención de CiU y PNV. Incluso en 2008 negoció la abstención de la izquierda y los nacionalistas para sumar más que el PP.

En mi opinión, Pedro Sánchez y sus próximos no son la expresión de un giro a la izquierda del PSOE por su rotundidad frente al PP. Su animadversión hacia quienes proponen otro modelo social (Unidos Podemos) y su negativa a replantear el modelo territorial a través de una negociación con los nacionalistas (único modo de desactivar un conflicto que puede enquistarse peligrosamente), indican que el PSOE se ha comprometido firmemente con el régimen de la restauración borbónica y el sistema neoliberal impuesto por la troika. Lo que ocurre es que en ese contexto de regresión quiere aparecer como la alternancia natural al PP-Ciudadanos, precisamente para evitar que frente a la derecha se consolide una alternativa (que no alternancia) en torno a Unidos Podemos. De ahí los ataques y descalificaciones continuos hacia esta fuerza política.

Obviamente, en el escenario descrito la única manera de evitar las elecciones es que se impusieran en el PSOE las tesis de Felipe González y otros beneficiarios del IBEX 35. O bien que Pedro Sánchez hiciera como Zapatero y pactara con la izquierda y nacionalistas. La pelota está en su tejado.