Asistimos ensimismados y atónitos a una comedia inusitada y soporífera en la que los actores de la política no parecen conocer su propio techo de interpretación escénica y se superan en cada aparición pública con un protagonismo que está muy por encima de sus capacidades. Ellos mismos nos han demostrado su ineptitud sumando un fracaso tras otro desde que fuimos a votar ingenuamente en diciembre del año pasado con la importante novedad de que cuatro partidos, en vez de dos, se jugaban la jefatura en el Congreso de los Diputados. Entonces, nos las prometíamos muy felices.

Sin embargo, ahora nos encontramos abocados a terceras elecciones. ¿Quién lo iba a decir hace apenas diez meses? Mariano Rajoy empató el pasado viernes con Pedro Sánchez a investiduras fallidas y la incertidumbre y el desasosiego se han apoderado del país. Nadie puede asegurar que no habrá cuartas elecciones después de las terceras, que casi con seguridad van a ser inevitables. Los políticos actuales, expertos en preterición (figura retórica que consiste en fingir que no se dice lo que en el fondo se está diciendo), tienen hartos a la mayoría del país con sus declaraciones vacuas que hay que interpretar en un juego perverso en el que estamos atrapados sin posibilidad de escape. Parece que Sánchez va a intentar formar Gobierno, pero su equipo se apresta a decir que en realidad lo que quiere hacer es «solucionar esta situación». Y esto, ¿qué quiere decir? A poco que uno se asome a cualquier conversación advierte del enfado de los ciudadanos y confirma por qué el CIS señala a la clase política como el tercer problema para los españoles. La última decisión del Gobierno en funciones de Rajoy de anunciar -sólo dos minutos después de fracasar la investidura del popular- que el exministro José Manuel Soria (¿recuerdan por qué se vio obligado a dimitir?) era elegido alto cargo del Banco Mundial también emponzoña aún más el ambiente político del país y ayuda a la animadversión de los españoles hacia sus gobernantes. Esta semana he escuchado algunos parámetros macreoconómicos (que son esos datos que parecen no afectarnos, pero que al cabo de un tiempo sacuden nuestros bolsillos con especial virulencia) que ponían los pelos de punta, algunos de ellos directamente derivados del hecho de no contar con un Gobierno con plenas funciones. Dos meses tienen nuestros políticos para enderezar esta situación, aunque no confíen mucho en que lo hagan. Dice Delibes que «para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad». Es una frase demagógica, pero resume el sentimiento de muchas personas ante el duro momento que vivimos.

Ha sido un verano extraño, marcado fundamentalmente por la política nacional y por el lamentable estado del Mar Menor. Las consecuencias de este último problema (ha llegado septiembre, pero no podemos permitir que la situación de la laguna se esconda bajo un manto de buenas intenciones en vez de acciones) las sufriremos en los próximos meses. Espero que los integrantes de los sectores implicados sean lo suficientemente responsables como para ver la magnitud del «desastre», en palabras de los empresarios, al que nos enfrentamos todos.