Después del cuattrocento llegó el cinquecento, más luego no hubo ningún avance significativo hasta la llegada del seiscientos. Fabricados en España con licencia FIAT, marcó un punto de inflexión en el secular atraso que nuestro país arrastraba desde el Concilio de Trento. Sin ser Volkswagen, fue el coche del pueblo, hasta la epifanía del 124, el R12 y la amortiguación hidráulica de los Citroën, pioneros de una España que empezaba su particular conquista del oeste con la formación de una clase media que poco a poco se asimilaría a las naciones de Occidente, que son nuestro verdadero faro y guía.

Nuestro espíritu de ultramar que mira a Occidente es un mito muy anterior al nacimiento de los Estados Unidos. Nuestro viaje siguiendo el camino del sol siempre nos ha aportado esperanza y ambición en muchos sentidos, incluido el pecuniario, pero también el espiritual. Esa España filipina que se impuso en Trento tenía su tabla de salvación en un amplio imperio en el que no se ponía el sol, huída de una inquisición pérfida y ultramontana. En nuestra singular transición, también América significó paraíso o refugio de libertad y la vuelta de los exiliados fue una suerte de regreso de los indianos a la patria de la que nunca perdieron las raíces.

Pero ese sueño de libertad vuelve a embestir contra los escollos de una sociedad de nuevo inquisidora. Esta vez, los fantasmas de antaño se transforman en mentes prejuiciosas y estrechas que no ven más método que la prohibición y más recurso que la sanción. Ejemplo claro es el atrevido conductor que antaño hollara caminos pedregosos y bastas carreteras mal asfaltadas que comunicaban sinuosamente un país rural y mal vertebrado. Hoy es un espécimen -con todo su significado y significante- perseguido y acorralado en nombre de su supuesta seguridad. Control de velocidad por su seguridad, control de alcohol y drogas por su salud, límite de velocidad por su bien, control técnico de su vehículo por si usted no se da cuenta, control de humos por sus pulmones. Pero no por ello está menos condenado a vagar por esos mundos y caminos de Dios: dirección prohibida, acceso prohibido, reservado a vehículos oficiales de..., reservado a vehículos oficiales de la Delegación de..., reservado a vehículos oficiales de radio alcalde o tv presidencia, residentes, transeúntes, contenedores a porrillo, mesas del bar y a Perico de los palotes, que ha dicho que él pone ahí su chiringuito. Y una vuelta y otra y otra, un peregrinaje que lo hace más contaminador y más expuesto a la caza y a la presa. Porque igual que el conductor maneja una máquina con la que puede matar por imprudencia simple y sin infracción de reglamentos, también puede ser presa del engreído agente de la autoridad. Aunque teniendo en cuenta que hace tiempo que en nuestro país no hay autoridad ni siquiera en el argumento, el policía se queda, por simple congruencia conceptual, en mero agente. Podría decir gregario, sicario o simple secuaz, pero eso implicaría la conciencia del ser y el existir; y tal vez sea demasiado pedir a tirios o a troyanos. Será por eso que ahora multan hasta las cámaras de vigilancia, que son seres, de momento, aún inconscientes.

Hoy no toca hablar de la dictadura sanitaria, sino de la circulatoria, de la que sufre el otrora hombre del seiscientos, como si fuera el hombre de Java antes de la invención del Porche y del descapotable. Hay en Murcia un barrio que tiene tan poco interés, que el único es su planificación cuasi romana, con su cardum y su decumanum, las dos avenidas que lo cruzan perpendiculares en la guía de la estrella polar y en el sentido del camino del sol. Un barrio concebido para circular sin sobresaltos y donde antaño paseara el hombre libre de las grandes alamedas, que dijera Salvador Allende. Hoy está más plagado de semáforos que de álamos y todos funcionando sin descanso las 24 horas del día, aunque las de la noche tengan menos tránsito que los asesinatos de la rue morgue, que contara Allan Poe, con un final tan sorprendente que ni Pérez-Reverte hubiera podido imaginar. En el decumano, cuando el cruce de este a oeste es tan escaso como el de gacelas en el Segura, te tocan fijo cuatro semáforos en rojo en menos de un kilómetro. Pero no se te ocurra llamar a nadie por el manos libres, ni escuchar en la radio el debate de investidura o cualquier cosa de interés -lo del debate parlamentario ha sido un símil poco afortunado-, pues antes has llamado la atención del guardia, que ya está presto con libreta y bolígrafo en mano, cual cocodrilo en el Serengeti.

Hoy no toca hablar del sistema de doble circulación sanguíneo, porque cuando el verano acaba, sólo hay un sentido, el tráfico unidireccional de vuelta al trabajo. Así hubiera síndromes postvacacionales y se declararan todos enfermedad profesional. Que la lluvia caída en estas secas tierras, ni siquiera es agua que se deja correr, es apenas sueño de una noche de verano para quien crea en los duendes y en las hadas. ¡Precaución, amigo conductor, que no has sido presa de ningún encantamiento, es la jungla de asfalto!