Mi patria eres tú. Tú que te despiertas y te descubres desempleado y al encender la radio te dicen que la economía mejora, que todos encuentran empleo, que cómo es posible que tú aun no lo hayas encontrado. Mi patria eres tú. Tú que por ser madre perdiste tu empleo y ahora no sabes cómo alimentar a tu hijo recién nacido, tu marido se fue, tus amigas se olvidaron de ti, pasaste de ser niña a que tu vida girara alrededor de una para la que sólo pides algo mejor que lo que se te dio a ti. Mi patria eres tú. Que pasas diez horas al día deslizando productos por el escáner de una caja registradora y sabes que ninguno será para ti, que recibes más billetes en una hora de los que tú cobras en un mes. Mi patria eres tú. Que tienes un contrato de un mes, de una semana, de un día, de unas horas y que incluso te dicen que tienes que dar las gracias porque podrías no tener nada. Mi patria eres tú. Que ya estás agotado y deseas prenderle fuego al mundo.

Porque la patria no son palabras vacías. No son edificios de piedra. No son batallas olvidadas y reyes pintados. La patria no cabe en una bandera, ni puede ser descrita por los poetas. Es un sentimiento. El orgullo fugaz que te recorre cuando tu hijo marca su primer gol. Cuando tu madre te dice estoy orgullosa de ti. Cuando tu marido te da las gracias por existir. La patria es sudor. Los suspiros de aquellos a los que conocemos, pero también, y especialmente, los de aquellos a los que nadie recuerda. El bombero que arde, el policía que muere, el soldado que se sacrifica por sus compañeros, el profesor que cada tarde idea un nuevo modo de hacer mejores personas a esos veinte, treinta, cuarenta o Dios sabe cuántos alumnos que le han encomendado.

La patria no es un navío de línea recorriendo el Pacífico, por muy grande que sea la enseña que ondea en su popa, por muy brillantes que resulten sus cañones y hermosas las salpicaduras de la sal en su casco. Pero la patria si es el joven cartógrafo que amplía los conocimientos de los suyos con sus mapas de tierras desconocidas o el naturalista que entre vaivén y vaivén de las olas ordena el jardín de plantas raras que atesora en la bodega y con el que engrandecerá los conocimientos humanos. La patria son las pequeñas cosas que te hacen tantas y tantas veces enfadarte con los tuyos, pero que sin las cuales no podrías vivir.

Mi patria eres tú. Que me enseñaste que el dolor nunca deja de latir, pero que la vida se sobrepone a todo. Mi patria es esa mirada, esa sonrisa, esa sutil debilidad que te hace sentir desnudo, frágil, inerme ante una lágrima deslizándose por una mejilla, que no te deja respirar, que te exige que sientas ese nudo que te ata el pecho y al que, sin embargo, sabes que debes sobreponerte. Mi patria es el viento que te despeina y los cabellos que agita. Mi patria vuela sobre la brisa meciéndose entre los pétalos de nada que surcan mi alma.

Sin embargo, mi patria no eres tú que tanto apela a ella con palabras vacías. Mi patria no eres tú que me dices que no somos todos hermanos. Mi patria no eres tú que tratas de alzar muros y separarme de los míos. No eres tú que sólo miedo, revancha y odio le enseñas a aquellos que llevan mi sangre. Mi patria no requiere de una verja que la destierre de sí misma. No necesita de héroes que vengan a salvarla. No pide saber a quién odiar, ni a quién temer, porque es valiente, orgullosa y sabia. Jamás me ha fallado, pues los sentimientos no fallan a aquellos que aún tenemos corazón y algo me dice que tú, que tanto silbas su dulce nombre en mis oídos, no tienes más patria que tu vanidad, que tu vacua sonrisa de hiena que trata de alimentarse de las esperanzas que los leones que protegen mi patria en ocasiones, de tan agotados, parecen ya no poder defender.

Aprende que la patria es siempre libertad. Aprende que la patria es siempre igualdad. Aprende que la patria es siempre hermandad. Y, si aún no lo has aprendido y no lo quieres aprender, vete y no perturbes más mi patria. Porque aunque sé que este es tu tiempo y estos tus oscuros días, pienso permanecer de pie frente al lecho de mi patria, a su lado cuando tú la acosas y cuando ella más me necesita. A todos nosotros. Porque las patrias buenas se conjugan siempre en plural, el de los muchos, el de los que no distinguen ni colores, ni lenguas, ni credos, sino sólo de darse las manos y descubrirse hijos de la misma patria, la única posible.

Porque mi patria eres tú. Mi patria es el hombre. Mi pueblo la humanidad. Y no pienso renunciar jamás a ella. Por más que los haya que me envuelvan con sus telas viejas. Por más que los haya que me muestren mapas con rayas de fantasía que dicen que son cicatrices que le hicieron a mi patria. Por más que los haya que traten de convencerme, absurdos prestidigitadores locos, que tú no eres mi patria porque hablas otra lengua, o adoras a otro dios, o no adoras a ninguno. Necios que no saben que yo te amo. Te amo porque soy tú. Porque tú eres yo. Porque todos somos un mismo ser y una única patria. Aquella que todas las noches mira a la misma Luna y cada mañana sonríe al mismo Sol. La que sangra del mismo color. La que acaricia a sus hijos por igual. La que ríe en el mismo idioma. La de los hombres libres. La que ya está tan cerca. La que ya viene corriendo descalza sobre la arena clara.