Nos habíamos acostumbrado a vivir como si el tiempo pasado fuera todavía recuperable, como si todo hubiera ocurrido ayer y estuviera a nuestro alcance. Para corregir los errores y reconducir nuestras vidas no era tarde. Quizá era simplemente miedo a no tener nada más que descubrir, pues las cosas de verdad importantes, que serán nuestras posesiones más preciadas de por vida, se aprenden durante la juventud. Esperábamos un clímax que nunca llegó. Ignorábamos que no había recompensa.

Lo que sí sabía ella era que hay que amar la vida en su pequeñez, en su insignificancia. La felicidad perfecta no existe, solía decir. Y eso mismo podía verse en sus ojos, que en ciertos momentos reflejaban la extraña calma de quien no ha sufrido o ya ha sufrido demasiado. Todos esperábamos una señal. Pero ¿una señal de qué?

Cuando ella dijo que se volvía a su casa y que se sentía fracasada en la vida, lo admitía escondiendo las lágrimas porque todavía era joven y creía que el futuro le había decepcionado. Le dije que no mirara al futuro, pues este solo se ve cuando estás muy lejos, sino su propio camino. El sentido del fracaso es una señal equivocada y a todos nos llega. Entonces nos sentamos en el suelo y lloramos con la perplejidad de quien no se reconoce a sí mismo en ese ser solitario, como esos barcos que pasan a toda vela, por encima de los tejados, dejando un surco azul oscuro en un mar que solo desde la distancia y en calma parece demasiado ancho. La vida puede vencernos si miramos desde la distancia.

La felicidad perfecta no existe. Lo sabíamos muy bien, aunque a veces lo olvidamos. Y un buen día, como se dice en Café Society, la última película de Woody Allen, el pasado regresa. Todo se vuelve del revés y lo que parecía lejos está cerca. La vida se llena de espejos y volvemos a buscar una señal. Nunca corras más que el viento que te empuja, eso es lo único que se me ocurre decirle. Y si el viento cesa, siéntate y espera la señal. A veces, en esa calma repentina, las olas reaparecen envueltas en una extraña neblina y nos da la sensación de que van hacia atrás, poniéndonos rumbo al pasado, en busca de algo que perdimos sin haberlo tenido del todo.