Las vacaciones me ponen, no sé, retro. Me da por hacer cosas como muy del siglo XX, como leer prensa nacional, o escuchar discos de cuando zagal, como, digamos, El Último de la Fila. Eso sí, se conoce que este viaje me he pasado un poco, porque me siento hoy como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre. Incertidumbre en La Razón, incertidumbre en El País, incertidumbre a cascoporro. Pero tate, ¿están hablando de esa sensación de no saber qué va a ser de ti, de avistar nubes negras en el horizonte? ¿De lo que te pasa por la cabeza cuando te retrasas en la hipoteca y te llega una carta de la Sareb, y el director de tu banco no te coge el teléfono? ¿Del servicio de urgencias del pueblo, del colegio público del barrio, que ha perdido una línea? ¿Hablan de esa inseguridad que te entra viendo a corruptos declarados ocupando tranquilamente cargos públicos? ¿O de la que te da cuando te acercas al Mar Menor? No, pijo. Estás tonto o qué te pasa. Hablan de la incertidumbre de los mercados. Que quieren su gobierno, sus recortes y sus ministros del PP. Y que como estamos tardando mucho, no nos van a dejar propina.

Para que la retrospectiva sea completa, estoy releyendo este verano el clásico de Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX. Repasando las consecuencias de la crisis del 29, que como sabemos condujo al ascenso de la ultraderecha en Alemania y Japón y, por tanto, a la II Guerra Mundial, el autor expone que los gabinetes económicos de los países industrializados trataron inútilmente de hacer frente a un cataclismo financiero de dimensiones nunca vistas aplicando las viejas recetas librecambistas del XIX: recortes, equilibrio presupuestario y sal de frutas. Y a continuación se permite desbarrar, una excepcional y conmovedora salida de tiesto que consigue que casi lo veamos, al venerable y meticuloso catedrático, ponerse de pie ante sus alumnos de la Universidad de Londres y levantar la voz para decir que es intolerable que, en sucesivas crisis, los gobiernos sigan hasta nuestros días aplicando esos emplastos desfasados que no consiguen otra cosa que retrasar y debilitar, en el mejor de los casos, la recuperación. Termina de desahogarse Hobsbawm reivindicando la importancia de la Historia ante semejante epidemia de mala memoria. Ay, Eric, hijo, no sé. A mí con tó y con eso no me parece que el problema esté en la mala memoria. ¿Tú sabes cuando te vas de dominguero a El Mojón y ves a los críos que acaban de comer, ahí en la arena una hora poniéndose rojos sin poder bañarse? ¿Tú crees que el problema está en que a los padres se les ha olvidado que lo de los cortes de digestión es una metida sin base científica? ¿No será que los quieren quietecitos y tranquilos para poder echarse la siesta debajo de la sombrilla?

-Mamá, que ya ha pasado una hora y media, ¿me puedo bañar ya?

-No, todavía no, hijo. Que es que sigo con incertidumbre.